Luce un sol tibio, el término no por poético deja de ser el adecuado –es tibio- y así lo dejaré, la incidencia de la luz
es curiosa, me llama la atención el azul de todos lados, el azul del Caspio el
azul del suelo el azul del mar y el azul de esas caras que comienzan a mover el
pesado engranaje que es Bakú.
La ciudad es la inmensa maquinaria entre
lo oriental que hunde raíces en una tierra que huele a petróleo crudo y lo
occidental que vende el alma al diablo que menos paga; una maquinaria que se
pone en marcha o tal vez que nunca se para…. pero se disimula ella misma aprovechando
las sombras de la noche. La ciudad huele a especias en alguna parte no es como
Atenas pero si es como Atenas, es un olor que da consistencia a la mirada y que
condimenta el oído, es como un bemol en mitad de un solo de fagot, acaricia y
vuela con tal discreción que no parece nada.
En realidad son dos latidos, Bakú y la península
donde se encuentra Bakú, unidas y creadas, amándose y ultrajándose, es la vida
del urbanismo humano amor odio y futuro por decidir por derribar y construir; allí
el Caspio, el supremo poder, porque el Caspio no es tratado como un dios pero
lo es, da la luz, da la atmosfera, da la niebla y la bruma de invierno, el
Caspio es poder y nadie tiene poder sobre el Caspio, el petróleo lo maltrata
pero no puede nunca con el Caspio porque nadie puede contra un dios azul. Las
aguas del dios mecen barcos, mecen miradas, me mecen a mí que me quedo embobado
mirando rato y rato, el sol sigue ahí y el Caspio sigue al sol, es como la
barca de Ra, pero aquí no hay inframundo hubo un inframundo soviético al norte,
que clavo uñas en las entrañas de Bakú, hay otro inframundo al sur, de velo y
dogma, pero a Bakú y su península los guía el Caspio eterno Caspio.
Una mujer lleva un bolso de un material
parecido al esparto, al mimbre o al cáñamo, no lo distingo desde aquí, el azul
del caspio hace que el bolso parezca azul y la cara azul, también sus manos son
azules, casi todo en Bakú es azul, como si de una eterno polvo de hadas se
tratara que tiñe todo de azul, esa puede ser una magia oriental y no la de
Disney. La mujer ha comprado manzanas y no son azules, son amarillas, con ese
toque verdoso que tienen las manzanas y ya se sabe amarillo y azul da verde, por
tanto las manzanas tienen algo de azul también, el azul del Caspio.
Estoy por dejar de escribir ya, acabo de
llegar a Bakú y no quiero contarlo todo, si lo cuento todo no contaré nada,
porque nada de lo que cuente será verdad, solo sé que Bakú huele a azul, a
especias azules, con el Caspio que es un dios, pero lo que más me sorprende es
que el sol me parece también azul, de lejos los sonidos de mil pisadas todas de
colores sobre una calle azul. Miro en un horizonte que puede no ser horizonte
un olor a pescado y brasas unas brasas azules, a lo lejos la mezquita del
barrio, pequeña y el imán llamando a oración en el secular Bakú, la llamada es
de varios colores para aquellos que la quieran escuchar.
Es medio día ya, las nubes acechan el
cielo de la península que ama y desgarra a Bakú, pero están para acariciar el
Caspio, el Caspio es un dios, pero nadie le llama así, acabo de llegar a Bakú,
con mis notas y mis libros, con mis conciertos pendientes, me gusta el azul de
Bakú, me gusta estar aquí, soy un afortunado he podido conocer otro azul,
envolvente y diferente de esos que unas veces sueñas y otras contemplas, he
podido conocer el amor desgarrador de la ciudad y su península y también la mitología
del Caspio. Es verdad soy afortunado por eso dejo de escribir.
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