Hubo un tiempo del
sueño donde tuvieron lugar actos y creaciones de los hombres canguro, o pitjanjatjara,
habitantes del norte y de los hombres serpiente,
o yankuntjatjara, que habitaban el sur. En los aledaños de Uluru se libraron dos grandes batallas que a día de
hoy siguen presentes en la vida de los aborígenes en formas de canciones y
ceremonias.
Cuenta la leyenda que
los hombres serpiente del sur invadieron el norte con el propósito de exterminar a los hombres canguro. Con la
intervención de la madre tierra les llegó la muerte de los invasores y sus
cuerpos apilados formaron Uluru.
También los hombres canguro libraron batalla con un demonio dingo (perros
salvajes del desierto australiano) derrotándolo y venciendo tras un cruento
combate.
Imponente la montaña
sagrada de rojo carmesí, de nubes que se estrellan, de sueño que impactan y
cuya vuelta al cielo crea lagos de música y vientos de estrellados. Cada saliente
y cada hendidura es creación, la humedad que llora la montaña es la venenosa
sangre de los hombres serpiente invasores y derrotados por la madre tierra.
Allí nació el gran lagarto, se domaron vientos y lluvias, todo en el territorio
custodiado por Kandju el lagarto
benigno de los hombres canguro y los hombres serpiente.
Fue el tiempo del
sueño, donde la tierra se forjaba entre fuegos y tempestades, donde libraban
batalla hombres con cuerpo de animal, seres extraordinarios que doblegaron la
ira del fuego y recorrieron los desiertos y los lagos.
Y allí erguida está
Uluru, la montaña roja de granito, la fuerza de la naturaleza hecha mole de
recuerdos, de magia, de sonidos, cada impacto del viento de invierno es una
nota, que desgrana miles de acordes, cada rayo de sol que hace del rojo un
anaranjado cobrizo es una fantasía de oboe que celebra la llegada de los
hombres canguro.
Luego la noche, la
noche mágica de estrellas, de violines susurrantes mezclados con danzas
tribales, con caras enmascaradas, sonidos de oración y fantasía, creación del
mundo al abrigo de Uluru, un continuo respirar de lo aborigen de la mimesis
perfecta entre hombre y naturaleza, lejos de ruidos de estridencias y de
ambiciones, soledad de sinfonías donde el hombre se sienta en el lecho de su
alma gracias a una luna del sur enamorada del rojo pétreo.
Estrellas que brillan
con otra luz, vientos que acarician la piel con la ternura de un recuerdo, y
allí la madre naturaleza, seductora con el cariño de una madre y la posesión de
noches de fuego, te acercas miras, escuchas, ves las estrellas salir y entrar,
ves la luna plena de amor, te sientas en tu alma y tocas la piedra, la noche
conjura y yo desaparezco entre la mole, feliz de ver a los hombres canguro,
escuchando la gran danza, en el centro en la cueva de Mala, donde la Sagrada
pitón acuática de Kandju, dispone la
danza y la leyenda.
La bella cueva de Mala,
donde todo es alegría, donde todo es iniciático hacia lo que los nativos te
ofrecen entre sonrisas y calidez, el lugar donde todo es plenamente feliz, dos
estrellas fugaces me acarician, mientras me adormezco pensando en el
maravilloso Tiempo del Sueño.
Parque nacional Uluṟu-Kata Tjuṯa, 12 de Septiembre de 2012