miércoles, 28 de diciembre de 2011

Somriure per a un Àngel - Sonrisa para un Ángel


27-12-2011
Grabación realizada por Jean François Bourdierd ¡Gracias!
Enregistrement fait par vous Jean François Bourdierd ¡très reconnaissants!


CATALÀ

Faltaven vint minuts i aquí estàvem els dos, com sempre, com en tantes ocasions, però sabíem que aquesta no era com sempre, que està en realitat era aquesta ocasió aquest moment diferent a uns altres per enyorat per desitjat.

Va haver-hi un moment en el qual es va fer el silenci, en el qual amb una mirada vam ser conscients que ens anàvem a dir aquest fins ara, fins aviat; l'estada a poc a poc s'anava quedant buida, en la contigua el cor, miraves el frac insisties que la faixa  estigués en el seu lloc, miraves a l'infinit.

Seguies dempeus, el teu cos temperat, però els teus ulls delataven els nervis.

-Estàs bé? –mentre mires la solapa del frac-
- Sí, tranquil

Va arribar aquesta abraçada, aquest tot va a sortir bé, aquesta calor que sempre m'acompanya, pensaments aglutinats amb nervis, i aquest et vull que sempre sona a glòria venint de tu, que aporta la seguretat que necessito en aquest instant. Un últim cop d'ull, la faixa està en el seu lloc, el corbatí també.

-Intenta ser proper quan surtis, saluda amb un somriure.
-No et prometo gens

Surts per la porta, et dónes la volta, retrocedeixes i altres dos petons, pel passadís segueixes caminant, et creues amb Marcel el primer violí, li abraces, li desitges sort li súpliques amb la teva mirada fins i tot que aquesta nit sigui la gran nit.
El passadís està il·luminat et dónes la volta, mires i segueixo en la porta, tots dos ens mirem falten quinze minuts, en aquesta fracció de temps com sempre els teus nervis es disparen i els meus es temperen, són aquestes disparitats de la naturalesa, per a tu la primera fila l'autèntic poltre de tortura, per a mí la sensació de que avui tindré l'esquena coberta. Avui en l'afectiu com sempre seràs el guardià.

Em faig una abraçada amb Marcel, una picada d'ullet de complicitat, et veig en el passadís encara, en una distància que em permet entrellucar emocions, pinso en aquest passadís com un recorregut, el que ens ha portat junts fins a aquí, recordo aquella tarda de desembre a Saragossa, un concert també de Nadal quatre peces fàcils de Sibelius per a mi i Chopin per a Marcos, aquest va ser el punt de partida, després Madrid, Berlín, Barcelona, València i la teva fusió amb la primera fila, les nits de converses fins a la matinada, de bell aprenentatge.

Intueixo que segueixen afinant, ja queda poc, separo les notes i la bullícia de la gent acomodant-se, pinso en tots, ha estat un encert no saber on esteu així no us busco, però pinso en tu, crec que aquest és el nostre moment, crec que vaig a saludar amb un somriure, perquè et dec milions de somriures, perquè t'haig d'estar aquí. Em sento feliç de tot l'esforç que has fet, de com una vegada més t'has tirat a l'esquena tot el treball, per fer d'aquest moment, el moment de tots nosaltres, del conjunt per així afegir un altre fonament de felicitat a les nostres vides.

Em sento abrigallat, em sento amb aquest Àngel que solament tu atresores com ningú podria fer-ho, em sento orgullós, perquè ets el meu millor orgull i sobre totes les coses em sento feliç, molt feliç, nedant entre els sons d'aquests instruments afinant, entre les veus del cor fent gorgoritos per a la segona part, feliç pensant que junts hem fet aquest recorregut i que ara solament resta fer el que millor sabem fer Donar-ho tot!

Són les 19.00 hores, sé que tot està llest inclòs la faixa, encaro el passadís, sento el murmuri, les mànigues rectes , en l'esquerra col·locada la batuta, han deixat d'afinar, s'obre la porta, l'explosió de llum, els primers aplaudiments –tots dos sabem que aquests són de cortesia- avanço i salutació amb un somriure, un somriure per a tu i per a mi -un somriure que anuncia que sóc feliç- destret la mà de Marcel, i miro al públic, pujo la tarima i estic tranquil, em dono la volta i segueixo somrient, segueixo feliç no podria deixar d'estar-ho perquè sé que en la primera fila està el meu Àngel, està el meu pare.

CASTELLÀ

Faltaban veinte minutos y ahí estábamos los dos, como siempre, como en tantas ocasiones, pero sabíamos que esta no era como siempre, que está en realidad era esa ocasión ese momento distinto a otros por añorado por deseado.

Hubo un momento en el que se hizo el silencio, en el que con  una mirada fuimos conscientes de que nos íbamos a decir ese hasta luego, hasta pronto; la estancia poco a poco se iba quedando vacía, en la contigua el coro, mirabas el frac insistías en que el fajín estuviera en su sitio, mirabas al infinito.

Seguías de pie, tu cuerpo templado, pero tus ojos delataban los nervios. 

-¿Estás bien? –mientras miras la solapa del frac-
- Sí, tranquilo

Llegó ese abrazo, ese todo va a salir bien, ese calor que siempre me acompaña, pensamientos aglutinados con nervios, y ese te quiero que siempre suena a gloria viniendo de ti, que aporta la seguridad que necesito en ese instante. Un último vistazo, el fajín está en su sitio, la pajarita también.

-Intenta ser cercano cuando salgas, saluda con una sonrisa.
-No te prometo nada

Sales por la puerta, te das la vuelta, retrocedes y otros dos besos, por el pasillo sigues andando, te cruzas con Marcel el primer violín, le abrazas, le deseas suerte le súplicas con tu mirada incluso que esa noche sea la gran noche.

El pasillo está iluminado te das la vuelta, miras y sigo en la puerta, ambos nos miramos faltan quince minutos, en esa fracción de tiempo como siempre tus nervios se disparan y los míos se templan, son esas disparidades de la naturaleza, para ti la primera fila el auténtico potro de tortura, para mí la sensación de que hoy tendré la espalda cubierta. Hoy en lo afectivo como siempre serás el guardián.

Me doy un abrazo con Marcel, un guiño de complicidad, te veo en el pasillo aún, en una distancia que me permite atisbar emociones, pienso en ese pasillo como un recorrido, el que nos ha traído juntos hasta aquí, recuerdo aquella tarde de diciembre en Zaragoza, un concierto también de Navidad cuatro piezas fáciles de Sibelius para mí y Chopin para Marcos, ese fue el punto de partida, luego Madrid, Berlín, Barcelona, Valencia y tu fusión con la primera fila, las noches de conversaciones hasta la madrugada, de bello aprendizaje.

Percibo que siguen afinando, ya queda poco, separo las notas y el bullicio de la gente acomodándose, pienso en todos, ha sido un acierto no saber dónde estáis así no os busco, pero pienso en ti, creo que este es nuestro momento, creo que voy a saludar con una sonrisa, porque te debo millones de sonrisas, porque te debo estar aquí. Me siento feliz de todo el esfuerzo que has hecho, de cómo una vez más te has echado a la espalda todo el trabajo, para hacer de este momento, el momento de todos nosotros, del conjunto para así añadir otro cimiento de felicidad a nuestras vidas.

Me siento arropado, me siento con ese Ángel que solo tú atesoras como nadie podría hacerlo, me siento orgulloso, porque eres mi mejor orgullo y sobre todas las cosas me siento feliz, muy feliz, nadando entre los sonidos de estos instrumentos afinando, entre las voces del coro haciendo gorgoritos para la segunda parte, feliz pensando en que juntos hemos hecho este recorrido y que ahora solo resta hacer lo que mejor sabemos hacer ¡Darlo todo!

Son las 19.00 horas, sé que todo está listo incluido el fajín, encaro el pasillo, oigo el murmullo, las mangas rectas , en la izquierda colocada la batuta, han dejado de afinar, se abre la puerta, la explosión de luz, los primeros aplausos –ambos sabemos que estos son de cortesía- avanzo y saludo con una sonrisa, una sonrisa para ti y para mí -una sonrisa que anuncia que soy feliz- aprieto la mano de Marcel, y miro al público, subo la tarima y estoy tranquilo,  me doy la vuelta y sigo sonriendo, sigo feliz no podría dejar de estarlo porque sé que en la primera fila está mi Ángel, está mi padre.













miércoles, 14 de diciembre de 2011

Espadas de caña

Olmo bicentenario de Cedrillas, desaparecido en los años ochenta víctima de la grafiosis


¡Nous reposait 30 minutes!

Me llevo las manos a las mejillas, ese es el gesto habitual cuando todo suena bien, cuando se sigue la partitura con precisión, supongo que alguno pensará que es un tic,  me tranquiliza aunque también pienso que llegados a este punto donde cada parte suena bien, la incertidumbre de la reanudación quizás me asusta más de lo necesario.

Antes del ensayo he tenido una intensa conversación con Carmen, yo pensaba que las Cármenes francesas eran todas en honor a la Opera de Bizet, pero no es el caso de esta Carmen, durante media hora ha hablado de su padre, Ismael “es aragonés como tú”, ahora su padre tiene 84 años, salió de España con 21 para trabajar en Francia, huyendo de aquella España de miseria y posguerra, esa España todavía más rota de tierra seca y comunión por decreto ; Carmen habla un deficiente castellano, por eso la conversación se desarrolla en francés, accedo gustoso a su petición, una cita con Ismael, mañana antes del ensayo. Perfecto.

Son las cuatro, llueve ligeramente en París, la sala de conciertos tiene calidez, frente a una calle húmeda y atragantada de paraguas. Carmen me dice que me espera en el café de Michelet, justo en la esquina –me encanta el café de Michelet- su tarima de madera y su aroma mezcla equilibrada de mármol, periódico y vapor de infusiones, con un cierto toque de Hausman, no hay que olvidar que estamos en Bagtinolles y todo este ensanche es obra suya , se percibe su impronta, tampoco me olvido de los apuntes de urbanismo, ya mezclo ladrillos con partituras –les fleurs du mal de Baudelaire me acechan- lo preocupante es que me dejo acechar.

Es un rincón agradable donde se han  sentado en el café Michelet, Ismael levanta la mirada, sus ojos avellana siguen limpios y cristalinos, un pelo blanco recio y una piel cuajada de mil otoños de humedad, está sentado con extrema formalidad, como cuando eres niño y en el jardín de infancia te enseñan a sentarte con los brazos cruzados, como si esa postura fuera de primaria atención.

-¡Mon père!

Ciertamente Carmen habla un castellano pésimo, consciente de que puede ensombrecer el comienzo se decide por el francés, y  yo me decido por el castellano.

-¿Qué tal maño?

- Bien gracias.

La garganta de Ismael, se queda a medio sonido, un castellano correcto enmascarado ya por años de tamiz francés, al estrechar su mano he sentido parte de la descarga eléctrica que mi saludo le ha recorrido como el cierzo recorre valles y sierras, sus ojos esbozan emoción ¿Cuántos años sin escuchar un maño dirigiéndose a él? Mi mente recorre varias preguntas en fracciones de segundo.

-¿De dónde eres?  -pregunta con su voz todavía encogida

- Soy nacido en Teruel, aunque he vivido más continuamente en Zaragoza.

- ¿Teruel?

- Yo soy de Cedrillas  ¿lo conoces?

- Si, el nacimiento del río Mijares, y las fiestas de Agosto, también he subido al Castillo, pero está muy derruido.

- De joven jugábamos mis amigos y yo en el Castillo, con las cañas del río nos hacíamos espadas, en verano incluso de noche subíamos a jugar. Es una pena que se haya perdido por aquel tiempo estaba bastante entero. Aunque la guerra…….

La guerra el estigma de toda una generación, gentes que fueron marcadas con un hierro candente de miseria, con un decreto de abandono de su vida, de su aire, de sus cañas convertidas en espadas para jugar en un castillo medieval derruido por el tiempo por la guerra y por sus consecuencias.

-Hace treinta años que no voy a España, que no voy a Cedrillas

- Muchos años  -Carmen percibe mi mirada de extrañeza, le cuesta entendernos-

Pleitee con un hermana!

 Ha salido el aragonés que Ismael nunca abandonará –eso es imposible- podía haberse escudado en el francés “se fâchent” o tal vez en el castellano reñir, pero no. La evocación de su tierra, de su aire, de su castillo, le daba seguridad, “pleitee”; sonreí como inequívoco signo de complicidad.

-Pleitear y pagar treinta años son muchos años Ismael

- Sí, tienes razón y yo voy justo de tiempo ya para arreglar las cosas

-Nunca se va justo si hay ganas, ya sabes Ismael, un jamón no se sabe si es bueno o malo, hasta que no se abre.

- Que agustico me tomaría un plato de magra contigo y un barral de vino.

- Pues mira que en tu pueblo hacen bueno el pan ¡Una cañada para los dos!

Aquello ya no era el café de Michelet, incluso Carmen ya no era la hija que había querido sorprender a un padre de 84 años acercándole Aragón a través de un estudiante de 21 años, aquello era el bar de Cedrillas, poco importaba el café y la infusión que nos estábamos tomando, ambos entramos en la complicidad de la patria que con las palabras justas respirábamos, Ismael aceleraba la respiración como si ese aire de palabras, fuera un elixir con caducidad inmediata, yo miraba sus ojos casi vidriosos, emocionado con la mueca de quien habla y es entendido, pero no por las palabras como mera fonética,  fundamentalmente porque las palabras son puro corazón.

-Espero Ismael que te acuerdes de jugar al guiñote

-¡Redios Maño! En casa tengo una baraja.

Se nos fue la hora en miradas, en frases, caminamos hablando hasta la sala de conciertos, cuando se sentó en la butaca con el violín hice sonar dos acordes de la jota de Alcañiz, sus lágrimas recorrieron su piel como una acequia riega un huerto, por fin Carmen entendió lo que es la añoranza y rompió a llorar, esta primavera en el Castillo de Cedrillas volverán las cañas a ser las espadas de los míticos caballeros del Mijares.






martes, 6 de diciembre de 2011

Acordes de Luna



Al llegar el ocaso, la primera caricia de la noche le devolvía todo su conocimiento y su oído. Era como si en su interior una extraña danza ritual comenzara con la oscuridad, como si un abrasador fuego se tornara agua, remansos de agua limpia con miles de gotas resonando armónicamente en sus sentidos. La noche amante cómplice le devolvía su ser encerrado por el día. Así dejaba de ser Fertús Utrillas Almudevar, de profesión cartero, adscrito a la Unidad de Reparto número 7, en la ciudad de Huesca. Nunca fue Fertús en realidad nunca fue Cartero, nunca había vivido en Huesca. Había que remontarse a tiempos de fuego y gotas de rocío, de suaves brisas de noche y días de Sol, a lagos y montañas, allí donde todo es melodía, allí donde la nieve es el blanco manto de los sueños inalcanzables, allí donde los hijos del Sol tañen en lo alto de la gran montaña música para acariciar los rayos del Señor de la luz.

Allí vivía Luzer, la suya era la comunidad más numerosa de magos, que cada día batían sus cuerdas en honor del Sol, cada día cuando el Padre Sol asomaba por la cumbre oeste del Aneto, indescriptible era la música que aquellos magos interpretaban para que el rey de la luz acomodase su poder sobre las montañas e iluminara de manera radiante todo el paisaje de los vivos.

Con la llegada del atardecer los magos bendecidos por el Sol, permanecían en oración en el gran templo excavado en el interior de la montaña, allí pasaban la noche, esperando el milagro diario que cada amanecer les otorgaba como un maná de energía;  la noche era oscuridad y por tanto debilidad para la comunidad mágica. Era Luzer uno de los virtuosos de ese momento mágico -era joven- sus ojos verdes simbolizaban la llama del sol en su cuerpo, pero era Luzer alma inquieta ávida era su mente de conocer los secretos de la noche. Cada vez que pasaba por el óculo que una capa de hielo rosa cerraba el gran rosetón del templo, Luzer había observado como no siempre la oscuridad se adueñaba de la noche como cíclicamente una luz blanca y envolvente penetraba por el óculo e inundaba la estancia, “noches de hechizo” así las denominaban algunos de sus maestros.

Una noche de meditación Luzer tuvo un sueño, se veía en medio del manto blanco de nieve fría, solo de pie en la montaña, y una dama con una blanca túnica le daba un beso en la mejilla, mientras le susurraba al oído “quiero tu eternidad de cuerda”. El mago retornó nervioso al concierto que todos los magos realizaban en ese momento con sus mentes para aislarse de la noche; Luzer pidió retirarse al lago interior, allí donde el agua cristalina es constante música, antes de entrar en la suntuosa caverna mágica que alberga el lago, Luzer sintió la tentación, y prosiguió camino hacia la gran entrada del templo, su sueño se le hacía presente cada vez con más nitidez, llevaba su arco y su violín. ¡Abrió la gran puerta! y allí estaba la Luna, reinando en el cielo llena de luz, llena de embrujo, los ojos verdes del mago derramaron lágrimas de emoción, de sentires plenos forjados en su alma.

Los vientos de la noche le acariciaban, la nieve se tornaba en alfombra de estrellas para acariciar sus pies, y Luzer batió sus cuerdas como jamás un mago lo había hecho, con una melodía de sueños y de dulzura como si  las gotas de una lluvia nocturna cayendo sobre un fino hielo cristal de universos y paisajes resonaran en la noche. La Luna alcanzó la mayor de las plenitudes; era sinfonía y dama de cabellos de plata fina, era amor en el alma del mago. Su poder sobre la noche levantó oleadas de azules pardos, de violáceos de vidrio y calma. La luna se sintió amada, fue un ciclón de hechizos, fue un vapor de notas suaves que en la noche retumbaban con los rayos de la Luna derramados en la nieve como pétalos de flores de noche y de fantasía.

Cuando Luzer abrió los ojos, la mirada de los magos era de miedo y terror, pues en escasos segundos el Sol alcanzaría la plenitud del Aneto. Se incorporó con su violín, los primeros rayos acariciaban destellos en la cumbre desde el oeste, en la pequeña fracción de un bemol, los rayos del señor de la luz envolvían la comunidad que comenzó a tocar. De repente un viento de fuego recogió a Luzer, lo elevó de la fría nieve y lo envolvió en una amalgama de colores de desconcierto, así permaneció inerte mientras las horas pasaban, estaba suspendido y percibía como aquella luz, le succionaba la energía como las notas, los pentágramas salían de sus ser para fundirse en aquellos desconcertantes colores.

Y llegó el atardecer, cuando el Sol se retira por las montañas, los colores desaparecieron, las montañas no existían, lo que era un blanco manto, era ahora dura piedra ordenada. El  Señor de la luz había condenado al inmortal mago de música solar, al mundo de los mortales, en ese instante se sintió Fertús Utrillas Almudevar, sabía que aquella avenida Ramón y Cajal era la que conducía a su casa, miró al sol como se escondía entre las  toscas agujas de la Catedral y supo que él ya no era orante de la luz. 

Cuando el último rayo desapareció en un ocaso de rojos y menta la Luna le susurro al oído con delicada voz de plata “Cuando el rey de la luz, se pierda en el horizonte, la noche te entregará aquello de lo que la luz te ha despojado”.

Y así cada noche en el oeste de la ciudad, entre las ruinas de Montearagón rubato y trémolo. Cada noche aquel que por el día arrastra amarillos y timbre, enamora a la luna con compases de estrellas y luceros. Como cada noche en el compás de un rayo de ocaso y un pentágrama de caricias de azul oscuro.