Noches de verano con intenso azul y madrugadas de sentires malva. Vientos y palabras entre Saiz y Dídac.
Las diez y media, nunca entiendo porque salgo tan tarde de casa. No entiendo esa manía que está tan aposentada, de cumplir un extraño ritual, de camiseta pantalón y chanclas. Como si cada noche, ese ritual fuera imprescindible, y sin él, nada fuera lo mismo. No entiendo si moto o coche; no me paro a pensar y eso me hace no entenderlo todavía más si cabe. De repente los últimos ajustes, pantalón, cartera llaves, pensamientos desordenados y un efecto de de auto-complacencia, que de verdad no entiendo. ¿En que pienso? , no pienso en nada, pienso que la camiseta está bien puesta, que he elegido los pantalones adecuados, y no pienso en nada más. Soy un convencional, maldito convencional –sobre todo- ¿Qué me han hecho los convencionales? Nada no me han hecho nada, ¡Dejo en paz a los convencionales!
Y pese a todo ahí estoy yo, listo con músicas dentro, forjando pensamientos, algunos tan inútiles como la noche en la que me voy a sumergir, como las chancletas que llevo puestas; estoy dispuesto a salir, pero algo es distinto, como si un aroma me invadiera, es como si de repente la luz de la habitación, comenzara un suave parpadeo, casi inapreciable, pero del que mi mente tiene leve consciencia. Los tonos verdosos de la pared se muestran esquivos en la rotundidad del color, se tornan indefinidos, como si a cada golpe de retina, se produjera un cambio. Incluso mis propias pupilas están cambiando, lo sé, lo percibo. La noche clasificada en el principio del ritual, comienza a vislumbrarse distinta, como si un conjunto de armónicos se ordenara y desordenara con inusitada improvisación, como si de repente poco a poco, todo lo que me rodea se embriagara de un movimiento, del que yo soy mero espectador, aunque me empeño en ser un participe principal.
Es como si una suave corriente fuera in-crescendo, y lo que comienza siendo ritual se torna en juego de luces, en claroscuros resultantes de un orden, que se me escapa, y de repente un festival inunda mis retinas, los destellos de millones de formas, de colores que en perfecta simetría avanzan o retroceden, suben y bajan y me rodean, es la imperceptibilidad de un segundo, como cuando una caricia, es fraccionada y sin embargo en el recuerdo dura una eternidad. De repente la oscuridad, esa que tiende a ser una niebla con personalidad propia, esa que asusta, y esa que como un corazón amado nunca se tiene la certeza de ser completamente dominada.
La oscuridad que ya ha convertido el momento en profunda sinfonía, palpable al tacto, muestra la claridad del mensaje, un sombra, pero no esas sombras, que me rodean, cuando la noche es puro vacío, palabras intrascendentes llenas de retóricas consumistas, que para nada llenan parte de mi. Es una sombra y a la vez un reflejo, es como si la constante reorganización de los colores de la pared, hubieran hecho estallar las cuatro paredes de la estancia, abriéndome a un nuevo horizonte donde no veo ni principio ni final, y donde además no hace falta tener medidas que acotan la imaginación. Es cada vez más reflejo y ya no es sombra, mi mente lejos de un aturdido tedio, abre de par en par las ventanas del conocimiento, algo me llena no de interés, no de curiosidad, algo me llena, es como la página del libro, que lejos de adormecerte, te transporta definitivamente al balcón donde eres ya el espectador único de esa maravillosa trama. Un sin fin de pequeños haces de luz, van descubriendo poco a poco aquello, que fija toda mi atención, es como verme yo mismo, como si las miles de palabras pronunciadas, chocaran con un fuego azul, donde un hielo candente dota los momentos buenos de equilibrio. Y finalmente el suelo deja un matiz ceniciento que me permite, situarme de manera tangible ante otro yo, ante otra palabra que vaga por los vericuetos de la penumbra.
“¿Qué haces aquí?”, le pregunté
“Nada, o esperarte. Es lo mismo”, dijo
Un suave manto de azabache cubrió la estancia, era como si miles de brillos bruñidos, nos acompañaran, y de repente: como si un cambio constante de temperatura nos condujera a una complicidad, esas que solo en el yunque de de un viento, que desde la montaña blanca del este, golpea en nuestra cara como si el cincel de un escultor, diera forma no a un rostro, diera forma a un crisol, donde palabras, notas musicales, dibujos, voluntades, timideces y miedos, hicieran innecesaria la piedra filosofal.
Érase que se era, como si de repente miles de rayos de un sol con cuya fidelidad nos sentimos unidos, impactaran en la piel, dejando al desnudo, las caricias de la palabra, y donde al impacto de esa luz, nuestros cuerpos iguales, respondieran con una bocanada de aire, ese que solo los dioses, eligen para hacer colores eternos y palabras infinitas, era en suma, el ver el reflejo de los buscado, lo deseado, lo que se ansía por imposible, y por imposible se va olvidando
“Deseo tanto que llueva” le dije
“Mira el horizonte donde el sol se esconde, como cada día como cada noche”
Y en ese momento mis sentidos, se emborracharon, de mi mismo viento, de la misma voz severa, que produce ese viento, impactando no en mi cara, impactando en mi alma, donde todo estaba dispuesto para ese instante. Me di cuenta porque escuchaba palabras elegantes, sonidos como los míos cuya elegancia me aturdía, vidriaba mis ojos, y hacia que mi piel brillara con los destellos que un amanecer proporciona a los pétalos de una flor.
“¿Demasiado tiempo?”
“Nunca es demasiado, siempre hay una vida y un silencio que asociar”
El viento era ya dueño y señor de todo lo escrito y lo por escribir; transportaba pensamientos, rozaba como si de una caricia de amor se tratara las aguas del gran río, mecía las ramas de los árboles y los campos extendidos en dura lucha contra el árido Hefesto, que pueblan nuestra tierra……Y de repente dos miradas limpias, dos iguales, dos emociones y un leve escalofrío recorriendo nuestra espalda, como si todo un instante de malvas se detuvieran en el fuego de una purna ardiente en el hogar, para escuchar aquello que siempre supimos.
“Tú y yo somos cierzo”.