lunes, 6 de agosto de 2012

CAMBOYA






Entre los aguaceros y un pasado sin vainilla, entre el agua y el cielo añil, entre la tierra cocida por el sol y los verdes fundiéndose con las piedras. Así es Camboya, los muertos alfombran las carreteras mientras las dinastías y los polit-buro, afilan hachas en la misma muela. Donde la niñas tuvieron una sonrisa primigenia que nada tiene que ver con la que ahora lucen.

Así es Camboya una partitura atonal, preparada para un gran concierto, que sin embargo nadie entiende, nadie tiene oído en occidente para sentirla. Eso es Camboya una sucesión de instrumentos musicales donde las notas son plenas de aguaceros y donde la batuta es una hoja seca de palmera. Donde los pájaros vuelan alto por miedo a que una nota extraviada los arrolle como un cañonazo.

Una tierra de reyes pasados que creyeron construir paraísos contemporáneos, sirviendo para que turistas exclamen como de si  unos platillos en fa se tratara y donde las miradas rasgadas a fuerza de años, encuentran en vistas y pieles de algodón, risa y extrañeza en un mismo fiel de la balanza. Así es Camboya muerte en el pasado y aguacero en el futuro, donde no se entiende de primas de riesgo ni de mercados, donde la arcilla dura no respira ni deja respirar.

Un camino sinuoso de aromas de mostaza, de especias que se funden con la piel, de nieblas donde se puede pintar un paisaje sin sol, de humedad y retiro, de dulzura y amargura entre la mañana y la tarde, donde el cuerpo es bruma a fuerza de ser agua. Así es Camboya un cielo que ha sido tantas veces infierno que nadie cree en nada ni tiene fuerza para creer.

Un aroma de estragón permanente que te invade y te hace suyo, un bol de arroz y un beso anónimo en la mitad de una noche de oscuridad y lluvia.