CAFÉ DE MELANCOLÍA
Debo confesar que tenía mucho miedo, mi apego a las piezas delicadas de cristal que rodean mi vida, me hacían frágil frente a la aventura que ante mi se abría, incluso cuando aquella legión de formularios estaba en mi mano perfectamente organizada, sentí ese mareo, que solo la duda siembra en la mente como un campo fértil recibiendo las malas hierbas.
Hablé con la dama en la place de les Vosges, resultado de aquel turbulento proyecto de hacer de la ciudad, portento del imperio, por eso la dama, vestía pamela y a la vez cuero, porque la incisión en el tejido urbano, estuvo llena del traumatismos, como solo son capaces los hombres poderosos que tienen la necesidad de plantar toda la vida de sus semejantes de columnas hercúleas donde nada más puede crecer; aunque están equivocados, porque las estrellas del sentir no crecen ni decrecen, pero si iluminan.
Esta mañana me he levantado melancólico, pero eso no es malo, llueve en París, la ciudad huele distinta, pero distinta a todo, para mí es un aroma nuevo, es como si la humedad lejos de identificarse con lo estanco, impregnara toda una atmósfera de sensaciones que no mojan. Un frescor que me deja impávido ante el día por batallar,
me viene a la mente León Felipe “sensibles a todo viento y bajo todos los cielos,” el café y su aroma, otorgan al momento más placidez, la lluvia no repica en el cristal, es suave, como las notas del arpa casi pequeñas perlas invisibles, haciendo de la melodía de la mañana un inesperado encuentro con la paz del alma.
No he abierto siquiera la ventana y he percibido el aroma de la ciudad mojada, la civitas parisorium, aquí el otoño llama con fuerza. A noches de calor de hogar y pensamientos de recuerdo, se suceden mañanas frías, pero distintas, envolventes como un bálsamo que cauteriza cualquier hiriente nostalgia; en la calle el devenir de las almas, todavía mis ojos con la curiosidad de saber procedencias, vidas -porque la diferencia me atrae- me resulta nutritivo pensar como viven, como llegaron, si son de aquí, si son vecinos o trabajan en esta parte de la ciudad, me siento invisible como si no pudieran verme, como si no pudieran aspirar el aroma que la ciudad mojada nos deja a todos. ¡Que bien huele París cuando llueve!.
Es posible que sea la rutina, la que mata las historias de amor entre un estudiante y una ciudad, yo me siento como parte del libro que en cada uno de mis pasos se está escribiendo, en esas páginas donde se describe, como miro los balcones y las pocas gentes que se asoman, las fachadas, el repartidor de mensajería y también la mujer cincuentona, que todos los días pasea su elegancia por la calle de Croulebarbe esquina con Courvesart, cuando voy hacia el metro de plaza Italia, en ocasiones he coincidido con ella en el metro, me llama la atención siempre lo refinado de sus modales, sujeta su bolso con la elegancia propia de las damas descritas por Dumas, como sin gran profusión de anillos ni joyas, hace resaltar la elegancia de un colgante con forma de rosetón gótico, de finura extrema y un anillo en el que destaca una minúscula piedra verde, engarzada con delicadeza, se aprecia que es una joya querida con cierto buque familiar.
Hoy he bajado en Crimea, es una estación antes, pero quiero pasear, total falta una hora para que comience la clase, junto a la salida del metro Tidian y su puesto de periódicos y revistas, también tabaco y papeletas de la Loto, la lotería de Francaise des Jeux. Tidian es de padre parisino y madre argelina, adorador del fútbol y de Carla Bruni, siempre que le compro el periódico se deshace en elogios hacia Casillas, el primer día cuando detecto mi nacionalidad ya que tiene como buen quiosquero la rara habilidad de saber vida y milagros de toda aquel que se acerque a su puesto, consideró que ser paisano de Casillas, me hacia acreedor de la gratuidad del periódico, aunque insistí en pagarle los dos euros, se negó, momento en el que por mi mente paso el intentar explicarle que del fútbol el único equipo que me interesa milita en segunda B, pero deduje que podía ser tan agotador como el día que tuve que explicarle a mis curiosos compañeros de clase franceses la diferencia insalvable entre Cante Jondo y Jota. Hoy he cogido Le Monde, así me entretengo durante el almuerzo. Cuando llego a clase, todavía los pasillos rebosan, me intriga el pensamiento sobre que habrá hoy de almuerzo en el comedor, lo cierto que me cuesta acostumbrarme a estos horarios, creo que todavía no consigo sacar los rendimientos necesarios al día, decido que me abonaré a la sorpresa cuando lleguen las doce.
Continúa nublado, me doy cuenta que en la página del libro que se escribe a cada instante sobre el amor de un estudiante y una ciudad, ya no se vislumbra el miedo, sé que la dama también está por aquí, puede hoy sentarse a mi lado dentro del aula, me asalta la curiosidad ¿Su aroma será el mismo, que respiraba tras los cristales, mientras preparaba un café de melancolía?