miércoles, 28 de diciembre de 2011

Somriure per a un Àngel - Sonrisa para un Ángel


27-12-2011
Grabación realizada por Jean François Bourdierd ¡Gracias!
Enregistrement fait par vous Jean François Bourdierd ¡très reconnaissants!


CATALÀ

Faltaven vint minuts i aquí estàvem els dos, com sempre, com en tantes ocasions, però sabíem que aquesta no era com sempre, que està en realitat era aquesta ocasió aquest moment diferent a uns altres per enyorat per desitjat.

Va haver-hi un moment en el qual es va fer el silenci, en el qual amb una mirada vam ser conscients que ens anàvem a dir aquest fins ara, fins aviat; l'estada a poc a poc s'anava quedant buida, en la contigua el cor, miraves el frac insisties que la faixa  estigués en el seu lloc, miraves a l'infinit.

Seguies dempeus, el teu cos temperat, però els teus ulls delataven els nervis.

-Estàs bé? –mentre mires la solapa del frac-
- Sí, tranquil

Va arribar aquesta abraçada, aquest tot va a sortir bé, aquesta calor que sempre m'acompanya, pensaments aglutinats amb nervis, i aquest et vull que sempre sona a glòria venint de tu, que aporta la seguretat que necessito en aquest instant. Un últim cop d'ull, la faixa està en el seu lloc, el corbatí també.

-Intenta ser proper quan surtis, saluda amb un somriure.
-No et prometo gens

Surts per la porta, et dónes la volta, retrocedeixes i altres dos petons, pel passadís segueixes caminant, et creues amb Marcel el primer violí, li abraces, li desitges sort li súpliques amb la teva mirada fins i tot que aquesta nit sigui la gran nit.
El passadís està il·luminat et dónes la volta, mires i segueixo en la porta, tots dos ens mirem falten quinze minuts, en aquesta fracció de temps com sempre els teus nervis es disparen i els meus es temperen, són aquestes disparitats de la naturalesa, per a tu la primera fila l'autèntic poltre de tortura, per a mí la sensació de que avui tindré l'esquena coberta. Avui en l'afectiu com sempre seràs el guardià.

Em faig una abraçada amb Marcel, una picada d'ullet de complicitat, et veig en el passadís encara, en una distància que em permet entrellucar emocions, pinso en aquest passadís com un recorregut, el que ens ha portat junts fins a aquí, recordo aquella tarda de desembre a Saragossa, un concert també de Nadal quatre peces fàcils de Sibelius per a mi i Chopin per a Marcos, aquest va ser el punt de partida, després Madrid, Berlín, Barcelona, València i la teva fusió amb la primera fila, les nits de converses fins a la matinada, de bell aprenentatge.

Intueixo que segueixen afinant, ja queda poc, separo les notes i la bullícia de la gent acomodant-se, pinso en tots, ha estat un encert no saber on esteu així no us busco, però pinso en tu, crec que aquest és el nostre moment, crec que vaig a saludar amb un somriure, perquè et dec milions de somriures, perquè t'haig d'estar aquí. Em sento feliç de tot l'esforç que has fet, de com una vegada més t'has tirat a l'esquena tot el treball, per fer d'aquest moment, el moment de tots nosaltres, del conjunt per així afegir un altre fonament de felicitat a les nostres vides.

Em sento abrigallat, em sento amb aquest Àngel que solament tu atresores com ningú podria fer-ho, em sento orgullós, perquè ets el meu millor orgull i sobre totes les coses em sento feliç, molt feliç, nedant entre els sons d'aquests instruments afinant, entre les veus del cor fent gorgoritos per a la segona part, feliç pensant que junts hem fet aquest recorregut i que ara solament resta fer el que millor sabem fer Donar-ho tot!

Són les 19.00 hores, sé que tot està llest inclòs la faixa, encaro el passadís, sento el murmuri, les mànigues rectes , en l'esquerra col·locada la batuta, han deixat d'afinar, s'obre la porta, l'explosió de llum, els primers aplaudiments –tots dos sabem que aquests són de cortesia- avanço i salutació amb un somriure, un somriure per a tu i per a mi -un somriure que anuncia que sóc feliç- destret la mà de Marcel, i miro al públic, pujo la tarima i estic tranquil, em dono la volta i segueixo somrient, segueixo feliç no podria deixar d'estar-ho perquè sé que en la primera fila està el meu Àngel, està el meu pare.

CASTELLÀ

Faltaban veinte minutos y ahí estábamos los dos, como siempre, como en tantas ocasiones, pero sabíamos que esta no era como siempre, que está en realidad era esa ocasión ese momento distinto a otros por añorado por deseado.

Hubo un momento en el que se hizo el silencio, en el que con  una mirada fuimos conscientes de que nos íbamos a decir ese hasta luego, hasta pronto; la estancia poco a poco se iba quedando vacía, en la contigua el coro, mirabas el frac insistías en que el fajín estuviera en su sitio, mirabas al infinito.

Seguías de pie, tu cuerpo templado, pero tus ojos delataban los nervios. 

-¿Estás bien? –mientras miras la solapa del frac-
- Sí, tranquilo

Llegó ese abrazo, ese todo va a salir bien, ese calor que siempre me acompaña, pensamientos aglutinados con nervios, y ese te quiero que siempre suena a gloria viniendo de ti, que aporta la seguridad que necesito en ese instante. Un último vistazo, el fajín está en su sitio, la pajarita también.

-Intenta ser cercano cuando salgas, saluda con una sonrisa.
-No te prometo nada

Sales por la puerta, te das la vuelta, retrocedes y otros dos besos, por el pasillo sigues andando, te cruzas con Marcel el primer violín, le abrazas, le deseas suerte le súplicas con tu mirada incluso que esa noche sea la gran noche.

El pasillo está iluminado te das la vuelta, miras y sigo en la puerta, ambos nos miramos faltan quince minutos, en esa fracción de tiempo como siempre tus nervios se disparan y los míos se templan, son esas disparidades de la naturaleza, para ti la primera fila el auténtico potro de tortura, para mí la sensación de que hoy tendré la espalda cubierta. Hoy en lo afectivo como siempre serás el guardián.

Me doy un abrazo con Marcel, un guiño de complicidad, te veo en el pasillo aún, en una distancia que me permite atisbar emociones, pienso en ese pasillo como un recorrido, el que nos ha traído juntos hasta aquí, recuerdo aquella tarde de diciembre en Zaragoza, un concierto también de Navidad cuatro piezas fáciles de Sibelius para mí y Chopin para Marcos, ese fue el punto de partida, luego Madrid, Berlín, Barcelona, Valencia y tu fusión con la primera fila, las noches de conversaciones hasta la madrugada, de bello aprendizaje.

Percibo que siguen afinando, ya queda poco, separo las notas y el bullicio de la gente acomodándose, pienso en todos, ha sido un acierto no saber dónde estáis así no os busco, pero pienso en ti, creo que este es nuestro momento, creo que voy a saludar con una sonrisa, porque te debo millones de sonrisas, porque te debo estar aquí. Me siento feliz de todo el esfuerzo que has hecho, de cómo una vez más te has echado a la espalda todo el trabajo, para hacer de este momento, el momento de todos nosotros, del conjunto para así añadir otro cimiento de felicidad a nuestras vidas.

Me siento arropado, me siento con ese Ángel que solo tú atesoras como nadie podría hacerlo, me siento orgulloso, porque eres mi mejor orgullo y sobre todas las cosas me siento feliz, muy feliz, nadando entre los sonidos de estos instrumentos afinando, entre las voces del coro haciendo gorgoritos para la segunda parte, feliz pensando en que juntos hemos hecho este recorrido y que ahora solo resta hacer lo que mejor sabemos hacer ¡Darlo todo!

Son las 19.00 horas, sé que todo está listo incluido el fajín, encaro el pasillo, oigo el murmullo, las mangas rectas , en la izquierda colocada la batuta, han dejado de afinar, se abre la puerta, la explosión de luz, los primeros aplausos –ambos sabemos que estos son de cortesía- avanzo y saludo con una sonrisa, una sonrisa para ti y para mí -una sonrisa que anuncia que soy feliz- aprieto la mano de Marcel, y miro al público, subo la tarima y estoy tranquilo,  me doy la vuelta y sigo sonriendo, sigo feliz no podría dejar de estarlo porque sé que en la primera fila está mi Ángel, está mi padre.













miércoles, 14 de diciembre de 2011

Espadas de caña

Olmo bicentenario de Cedrillas, desaparecido en los años ochenta víctima de la grafiosis


¡Nous reposait 30 minutes!

Me llevo las manos a las mejillas, ese es el gesto habitual cuando todo suena bien, cuando se sigue la partitura con precisión, supongo que alguno pensará que es un tic,  me tranquiliza aunque también pienso que llegados a este punto donde cada parte suena bien, la incertidumbre de la reanudación quizás me asusta más de lo necesario.

Antes del ensayo he tenido una intensa conversación con Carmen, yo pensaba que las Cármenes francesas eran todas en honor a la Opera de Bizet, pero no es el caso de esta Carmen, durante media hora ha hablado de su padre, Ismael “es aragonés como tú”, ahora su padre tiene 84 años, salió de España con 21 para trabajar en Francia, huyendo de aquella España de miseria y posguerra, esa España todavía más rota de tierra seca y comunión por decreto ; Carmen habla un deficiente castellano, por eso la conversación se desarrolla en francés, accedo gustoso a su petición, una cita con Ismael, mañana antes del ensayo. Perfecto.

Son las cuatro, llueve ligeramente en París, la sala de conciertos tiene calidez, frente a una calle húmeda y atragantada de paraguas. Carmen me dice que me espera en el café de Michelet, justo en la esquina –me encanta el café de Michelet- su tarima de madera y su aroma mezcla equilibrada de mármol, periódico y vapor de infusiones, con un cierto toque de Hausman, no hay que olvidar que estamos en Bagtinolles y todo este ensanche es obra suya , se percibe su impronta, tampoco me olvido de los apuntes de urbanismo, ya mezclo ladrillos con partituras –les fleurs du mal de Baudelaire me acechan- lo preocupante es que me dejo acechar.

Es un rincón agradable donde se han  sentado en el café Michelet, Ismael levanta la mirada, sus ojos avellana siguen limpios y cristalinos, un pelo blanco recio y una piel cuajada de mil otoños de humedad, está sentado con extrema formalidad, como cuando eres niño y en el jardín de infancia te enseñan a sentarte con los brazos cruzados, como si esa postura fuera de primaria atención.

-¡Mon père!

Ciertamente Carmen habla un castellano pésimo, consciente de que puede ensombrecer el comienzo se decide por el francés, y  yo me decido por el castellano.

-¿Qué tal maño?

- Bien gracias.

La garganta de Ismael, se queda a medio sonido, un castellano correcto enmascarado ya por años de tamiz francés, al estrechar su mano he sentido parte de la descarga eléctrica que mi saludo le ha recorrido como el cierzo recorre valles y sierras, sus ojos esbozan emoción ¿Cuántos años sin escuchar un maño dirigiéndose a él? Mi mente recorre varias preguntas en fracciones de segundo.

-¿De dónde eres?  -pregunta con su voz todavía encogida

- Soy nacido en Teruel, aunque he vivido más continuamente en Zaragoza.

- ¿Teruel?

- Yo soy de Cedrillas  ¿lo conoces?

- Si, el nacimiento del río Mijares, y las fiestas de Agosto, también he subido al Castillo, pero está muy derruido.

- De joven jugábamos mis amigos y yo en el Castillo, con las cañas del río nos hacíamos espadas, en verano incluso de noche subíamos a jugar. Es una pena que se haya perdido por aquel tiempo estaba bastante entero. Aunque la guerra…….

La guerra el estigma de toda una generación, gentes que fueron marcadas con un hierro candente de miseria, con un decreto de abandono de su vida, de su aire, de sus cañas convertidas en espadas para jugar en un castillo medieval derruido por el tiempo por la guerra y por sus consecuencias.

-Hace treinta años que no voy a España, que no voy a Cedrillas

- Muchos años  -Carmen percibe mi mirada de extrañeza, le cuesta entendernos-

Pleitee con un hermana!

 Ha salido el aragonés que Ismael nunca abandonará –eso es imposible- podía haberse escudado en el francés “se fâchent” o tal vez en el castellano reñir, pero no. La evocación de su tierra, de su aire, de su castillo, le daba seguridad, “pleitee”; sonreí como inequívoco signo de complicidad.

-Pleitear y pagar treinta años son muchos años Ismael

- Sí, tienes razón y yo voy justo de tiempo ya para arreglar las cosas

-Nunca se va justo si hay ganas, ya sabes Ismael, un jamón no se sabe si es bueno o malo, hasta que no se abre.

- Que agustico me tomaría un plato de magra contigo y un barral de vino.

- Pues mira que en tu pueblo hacen bueno el pan ¡Una cañada para los dos!

Aquello ya no era el café de Michelet, incluso Carmen ya no era la hija que había querido sorprender a un padre de 84 años acercándole Aragón a través de un estudiante de 21 años, aquello era el bar de Cedrillas, poco importaba el café y la infusión que nos estábamos tomando, ambos entramos en la complicidad de la patria que con las palabras justas respirábamos, Ismael aceleraba la respiración como si ese aire de palabras, fuera un elixir con caducidad inmediata, yo miraba sus ojos casi vidriosos, emocionado con la mueca de quien habla y es entendido, pero no por las palabras como mera fonética,  fundamentalmente porque las palabras son puro corazón.

-Espero Ismael que te acuerdes de jugar al guiñote

-¡Redios Maño! En casa tengo una baraja.

Se nos fue la hora en miradas, en frases, caminamos hablando hasta la sala de conciertos, cuando se sentó en la butaca con el violín hice sonar dos acordes de la jota de Alcañiz, sus lágrimas recorrieron su piel como una acequia riega un huerto, por fin Carmen entendió lo que es la añoranza y rompió a llorar, esta primavera en el Castillo de Cedrillas volverán las cañas a ser las espadas de los míticos caballeros del Mijares.






martes, 6 de diciembre de 2011

Acordes de Luna



Al llegar el ocaso, la primera caricia de la noche le devolvía todo su conocimiento y su oído. Era como si en su interior una extraña danza ritual comenzara con la oscuridad, como si un abrasador fuego se tornara agua, remansos de agua limpia con miles de gotas resonando armónicamente en sus sentidos. La noche amante cómplice le devolvía su ser encerrado por el día. Así dejaba de ser Fertús Utrillas Almudevar, de profesión cartero, adscrito a la Unidad de Reparto número 7, en la ciudad de Huesca. Nunca fue Fertús en realidad nunca fue Cartero, nunca había vivido en Huesca. Había que remontarse a tiempos de fuego y gotas de rocío, de suaves brisas de noche y días de Sol, a lagos y montañas, allí donde todo es melodía, allí donde la nieve es el blanco manto de los sueños inalcanzables, allí donde los hijos del Sol tañen en lo alto de la gran montaña música para acariciar los rayos del Señor de la luz.

Allí vivía Luzer, la suya era la comunidad más numerosa de magos, que cada día batían sus cuerdas en honor del Sol, cada día cuando el Padre Sol asomaba por la cumbre oeste del Aneto, indescriptible era la música que aquellos magos interpretaban para que el rey de la luz acomodase su poder sobre las montañas e iluminara de manera radiante todo el paisaje de los vivos.

Con la llegada del atardecer los magos bendecidos por el Sol, permanecían en oración en el gran templo excavado en el interior de la montaña, allí pasaban la noche, esperando el milagro diario que cada amanecer les otorgaba como un maná de energía;  la noche era oscuridad y por tanto debilidad para la comunidad mágica. Era Luzer uno de los virtuosos de ese momento mágico -era joven- sus ojos verdes simbolizaban la llama del sol en su cuerpo, pero era Luzer alma inquieta ávida era su mente de conocer los secretos de la noche. Cada vez que pasaba por el óculo que una capa de hielo rosa cerraba el gran rosetón del templo, Luzer había observado como no siempre la oscuridad se adueñaba de la noche como cíclicamente una luz blanca y envolvente penetraba por el óculo e inundaba la estancia, “noches de hechizo” así las denominaban algunos de sus maestros.

Una noche de meditación Luzer tuvo un sueño, se veía en medio del manto blanco de nieve fría, solo de pie en la montaña, y una dama con una blanca túnica le daba un beso en la mejilla, mientras le susurraba al oído “quiero tu eternidad de cuerda”. El mago retornó nervioso al concierto que todos los magos realizaban en ese momento con sus mentes para aislarse de la noche; Luzer pidió retirarse al lago interior, allí donde el agua cristalina es constante música, antes de entrar en la suntuosa caverna mágica que alberga el lago, Luzer sintió la tentación, y prosiguió camino hacia la gran entrada del templo, su sueño se le hacía presente cada vez con más nitidez, llevaba su arco y su violín. ¡Abrió la gran puerta! y allí estaba la Luna, reinando en el cielo llena de luz, llena de embrujo, los ojos verdes del mago derramaron lágrimas de emoción, de sentires plenos forjados en su alma.

Los vientos de la noche le acariciaban, la nieve se tornaba en alfombra de estrellas para acariciar sus pies, y Luzer batió sus cuerdas como jamás un mago lo había hecho, con una melodía de sueños y de dulzura como si  las gotas de una lluvia nocturna cayendo sobre un fino hielo cristal de universos y paisajes resonaran en la noche. La Luna alcanzó la mayor de las plenitudes; era sinfonía y dama de cabellos de plata fina, era amor en el alma del mago. Su poder sobre la noche levantó oleadas de azules pardos, de violáceos de vidrio y calma. La luna se sintió amada, fue un ciclón de hechizos, fue un vapor de notas suaves que en la noche retumbaban con los rayos de la Luna derramados en la nieve como pétalos de flores de noche y de fantasía.

Cuando Luzer abrió los ojos, la mirada de los magos era de miedo y terror, pues en escasos segundos el Sol alcanzaría la plenitud del Aneto. Se incorporó con su violín, los primeros rayos acariciaban destellos en la cumbre desde el oeste, en la pequeña fracción de un bemol, los rayos del señor de la luz envolvían la comunidad que comenzó a tocar. De repente un viento de fuego recogió a Luzer, lo elevó de la fría nieve y lo envolvió en una amalgama de colores de desconcierto, así permaneció inerte mientras las horas pasaban, estaba suspendido y percibía como aquella luz, le succionaba la energía como las notas, los pentágramas salían de sus ser para fundirse en aquellos desconcertantes colores.

Y llegó el atardecer, cuando el Sol se retira por las montañas, los colores desaparecieron, las montañas no existían, lo que era un blanco manto, era ahora dura piedra ordenada. El  Señor de la luz había condenado al inmortal mago de música solar, al mundo de los mortales, en ese instante se sintió Fertús Utrillas Almudevar, sabía que aquella avenida Ramón y Cajal era la que conducía a su casa, miró al sol como se escondía entre las  toscas agujas de la Catedral y supo que él ya no era orante de la luz. 

Cuando el último rayo desapareció en un ocaso de rojos y menta la Luna le susurro al oído con delicada voz de plata “Cuando el rey de la luz, se pierda en el horizonte, la noche te entregará aquello de lo que la luz te ha despojado”.

Y así cada noche en el oeste de la ciudad, entre las ruinas de Montearagón rubato y trémolo. Cada noche aquel que por el día arrastra amarillos y timbre, enamora a la luna con compases de estrellas y luceros. Como cada noche en el compás de un rayo de ocaso y un pentágrama de caricias de azul oscuro.

jueves, 17 de noviembre de 2011

TU Y YO SOMOS CIERZO




Noches de verano con intenso azul y madrugadas de sentires malva. Vientos y palabras entre Saiz y Dídac.


Las diez y media, nunca entiendo porque salgo tan tarde de casa. No entiendo esa manía que está tan aposentada, de cumplir un extraño ritual, de camiseta pantalón y chanclas. Como si cada noche, ese ritual fuera imprescindible, y sin él, nada fuera lo mismo. No entiendo si moto o coche; no me paro a pensar y eso me hace no entenderlo todavía más si cabe. De repente los últimos ajustes, pantalón,  cartera llaves, pensamientos desordenados y un efecto de de auto-complacencia, que de verdad no entiendo. ¿En que pienso? , no pienso en nada, pienso que la camiseta está bien puesta, que he elegido los pantalones adecuados, y no pienso en nada más. Soy un convencional, maldito convencional –sobre todo- ¿Qué me han hecho los convencionales? Nada no me han hecho nada, ¡Dejo en paz a los convencionales!

Y pese a todo ahí estoy yo, listo con músicas dentro, forjando pensamientos, algunos tan inútiles como la noche en la que me voy a sumergir, como las chancletas que llevo puestas; estoy dispuesto a salir, pero algo es distinto, como si un aroma me invadiera, es como si de repente la luz de la habitación, comenzara un suave parpadeo, casi inapreciable, pero del que mi mente tiene leve consciencia. Los tonos verdosos de la pared se muestran esquivos en la rotundidad del color, se tornan indefinidos, como si a cada golpe de retina, se produjera un cambio. Incluso mis propias pupilas están cambiando, lo sé, lo percibo. La noche clasificada en el principio del ritual, comienza a vislumbrarse distinta, como si un conjunto de armónicos se ordenara y desordenara con inusitada improvisación, como si de repente poco a poco, todo lo que me rodea se embriagara de un movimiento, del que yo soy mero espectador, aunque me empeño en ser un participe principal.

Es como si una suave corriente fuera in-crescendo, y lo que comienza siendo ritual se torna en juego de luces, en claroscuros resultantes de un orden, que se me escapa, y de repente un festival inunda mis retinas, los destellos de millones de formas, de colores que en perfecta simetría avanzan o retroceden, suben y bajan y me rodean, es la imperceptibilidad de un segundo, como cuando una caricia, es fraccionada y sin embargo en el recuerdo dura una eternidad. De repente la oscuridad, esa que tiende a ser una niebla con personalidad propia, esa que asusta, y esa que como un corazón amado nunca se tiene la certeza de ser completamente dominada.

La oscuridad que ya ha convertido el momento en profunda sinfonía, palpable al tacto, muestra la claridad del mensaje, un sombra, pero no esas sombras, que me rodean, cuando la noche es puro vacío, palabras intrascendentes llenas de retóricas consumistas, que para nada llenan parte de mi. Es una sombra y a la vez un reflejo, es como si la constante reorganización de los colores de la pared, hubieran hecho estallar las cuatro paredes de la estancia, abriéndome a un nuevo horizonte donde no veo ni principio ni final, y donde además no hace falta tener medidas que acotan la imaginación. Es cada vez más reflejo y ya no es sombra, mi mente lejos de un aturdido tedio, abre de par en par las ventanas del conocimiento, algo me llena no de interés, no de curiosidad, algo me llena, es como la página del libro, que lejos de adormecerte, te transporta definitivamente al balcón donde eres ya el espectador único de esa maravillosa trama. Un sin fin de pequeños haces de luz, van descubriendo poco a poco aquello, que fija toda mi atención, es como verme yo mismo, como si las miles de palabras pronunciadas, chocaran con un fuego azul, donde un hielo candente dota los momentos buenos de equilibrio. Y finalmente el suelo deja un matiz ceniciento que me permite, situarme de manera tangible ante otro yo, ante otra palabra que vaga por los vericuetos de la penumbra.

“¿Qué haces aquí?”, le pregunté

“Nada, o esperarte. Es lo mismo”, dijo

Un suave manto de azabache cubrió la estancia, era como si miles de brillos bruñidos, nos acompañaran, y de repente: como si un cambio constante de temperatura nos condujera a una complicidad, esas que solo en el yunque de de un viento, que desde la montaña blanca del este, golpea en nuestra cara como si el cincel de un escultor, diera forma no a un rostro, diera forma a un crisol, donde palabras, notas musicales, dibujos, voluntades, timideces y miedos, hicieran innecesaria la piedra filosofal.

Érase que se era, como si de repente miles de rayos de un sol con cuya fidelidad nos sentimos unidos, impactaran en la piel, dejando al desnudo, las caricias de la palabra, y donde al impacto de esa luz, nuestros cuerpos iguales, respondieran con una bocanada de aire, ese que solo los dioses, eligen para hacer colores eternos y palabras infinitas, era en suma, el ver el reflejo de los buscado, lo deseado, lo que se ansía por imposible, y por imposible se va olvidando

“Deseo tanto que llueva” le dije

“Mira el horizonte donde el sol se esconde, como cada día como cada noche”

Y en ese momento mis sentidos, se emborracharon, de mi mismo viento, de la misma voz severa, que produce ese viento, impactando no en mi cara, impactando en mi alma, donde todo estaba dispuesto para ese instante. Me di cuenta porque escuchaba palabras elegantes, sonidos como los míos cuya elegancia me aturdía, vidriaba mis ojos, y hacia que mi piel brillara con los destellos que un amanecer proporciona a los pétalos de una flor.

“¿Demasiado tiempo?”

“Nunca es demasiado, siempre hay una vida y un silencio que asociar”

El viento era ya dueño y señor de todo lo escrito y lo por escribir; transportaba pensamientos, rozaba como si de una caricia de amor se tratara las aguas del gran río, mecía las ramas de los árboles y los campos extendidos en dura lucha contra el árido Hefesto, que pueblan nuestra tierra……Y de repente dos miradas limpias, dos iguales, dos emociones y un leve escalofrío recorriendo nuestra espalda, como si todo un instante de malvas se detuvieran en el fuego de una purna ardiente en el hogar, para escuchar aquello que siempre supimos.

“Tú y yo somos cierzo”.

 

martes, 8 de noviembre de 2011

PARTITURA DE GUBIAS



Estoy al corriente de tu visita a Noyon, te espero en el Claustro de la Catedral a las 11.00, estaré sentando frente a la portada de la Sala Capitular, sé que vendrás músico, un saludo.
                                                                                                                                                       Gabriel


El cielo era plomizo esa mañana en Noyon, y sin embargo la luz se presentaba radiante, como si miles de espejos de plata la condujeran a cada rincón; contraste de fachadas de estuco y madera con una piedra de ocre subido, toda la fisonomía de la ciudad se veía presidida por la Catedral y esta como si de un centinela se tratara, era Titán vigía de un verde espléndido de campiña y viento.

Cuando llegué a la portada principal de la Catedral, sentí  emociones que me atravesaban como la luz atraviesa un cristal, era como si una flauta travesera me hubiera conducido allí, con un misterioso flautista casi de cuento, pero que combinaba notas y acordes de ocre y verde, de madera y suelo. Como si las notas olieran en una mañana violeta y de dulces brisas como decía Whitman. Entré en la Catedral ¡Que decir! Nuevas notas, nuevas sonatas, era como si miles de voces articularan un canto, tenue como un adagio que penetraba mis oídos desde una rosa de los vientos en constante movimiento.

La mirada perdida en las crucerías, en esa distribución armónica del siglo XII, entre un románico viejo sabio y cuajado, y un gótico que gatea entre chispas de cincel. Un alma de piedra que transporta sentidos y miradas a un más allá, cada vez más en el borde exterior de una galaxia de humanos inhumanos. Avancé por la nave lateral del lado del evangelio y allí por una portada que se apunta pero resistiéndose a abandonar su medio punto de vetusto románico, accedí al claustro, bello equilibrado y cercenado en su lado norte por esa animadversión que la revolución suele tener con el arte, quizás porque este tiene un tutorial de dos mil años  regido por el incienso y la hipocresía.


En la bancada sobre las que descansan las columnas que sustentan las soberbias arcadas ojivales, coronadas por un maravilloso óculo de refinada tracería, distinta en cada arco, encontré sentado a un hombre, corpulento, barba cerrada, llevaba botas de cuero y un ancho pantalón, evocaba a los artesanos que había conocido en mi viaje a Reims, un blusón ancho como de loneta verde un ancho cinturón de cuero, sus ojos azules y sus manos de piel atemperada pero de impronta delicada.

-Sabía que vendrías músico.

No supe que decir, me era desconocido, pero algo en mi interior deslizaba notas de una vieja cantata ya escuchada.

-No tengas miedo, hace mucho que nos conocemos, hora era ya de hablar y solo aquí podíamos hacerlo. ¡Gracias por venir! 

-¿Nos conocemos?

-Recuerda. Una mañana de julio, tenías siete años, mirabas el retablo mayor de la Catedral de Teruel, ávido de conocer cada escena cada personaje, acumulabas preguntas como un torrente a punto de desbordarse.

-Es cierto, a mi padre, me acompañaba, lo recuerdo sí.

-¿Recuerdas que te dijo tu padre?

-No las olvidaré nunca porque sus palabras han resonado muchas veces después..Aquesta  techumbre i aquest Retaule Dídac, són resultat del millor de l'home, l'essència ala que hem d'aspirar, i estan aquí abans que nosaltres arribéssim i aquí seguiran quan ens hàgim marxat”.

Su rostro cambió, esbozaba una leve sonrisa, era como si el ambiente fuera el propicio, me senté a su lado tímidos rayos de sol incidían en las arcadas del claustro, pero él permanecía en sombra.

-Luego tu padre te hablo de mí y te dijo que seguía allí, frente al retablo, viste a través del cristal mi lauda funeraria. Y te emocionaste

-¡Eras tú! Sí me emocione; me  parecía increíble que estuvieras allí, era como un extraño honor, una obertura fantástica. Hiciste el Retablo y te quedaste.

-Cuando llegue ya sabía que me iba a quedar para siempre. Se lo dije a Damián cuando nos despedimos en Santo Domingo de la Calzada.

-¿Hiciste tú el de San Pedro? Erais todos fantásticos, Esteban, Giovanni, Gil Morlanes hijo.

-Lo comencé, no hubo tiempo para más,  pero la traza es mía y estoy contento con mis discípulos resolvieron el problema tras mi marcha. Si éramos grandes amigos, discutíamos sobre estética, yo era partidario de Demócrito mientras Esteban Obray y Damián eran más sofistas.

-Te falto dejarnos uno en alabastro como Damián.

-Bolea, aunque solo la escultura. De alabastro hice en Zaragoza para Santa Engracia, pero ya sabes las modas, las guerras…… Me emociono mucho cuando tocaste el concierto para violín y clave de Haydn en la Catedral.

-Te lo agradezco pero éramos muy jóvenes, ahora lo hago mejor. ¿Damián era valenciano?

-Damián era grande, que más te da Dídac.

Recordar a sus amigos le cambió el semblante, se apreciaban pequeños brillos en sus ojos aguamarina, los añoraba.

-. No te imaginaba tan corpulento.

-Yo fui preboste, me gustaba luchar, recuerda que te lo dijo el restaurador.

-Sí, habla de ti con tanta pasión.

-Le observaba todas las noches que se quedaba trabajando en el andamio, le veía a menudo llorar de emoción, hizo un gran trabajo, respetuoso, como bien sabes tú.

- Estoy emocionado, poder hablar contigo, te preguntaría tantas cosas…

-Tendremos otro encuentro, ambos sabemos que has venido a Francia para quedarte. Al menos hasta que Cierzo comience a danzar.

Se puso de pie y con su mano abierta se despidió, esas manos que ásperas de gubiazos respiraban noble madera, mientras en mis oídos comenzaba como un mar de vientos, formas y cuerdas, a sonar el allegro moderato del Concierto de Brandenburgo número tres.



domingo, 30 de octubre de 2011

VISPERAS DE PLÁSTICO

     

    Se constata una realidad con la llegada del siglo XXI, la especie está retroceso evolutivo al menos en las ciudades se antoja evidente. Los agradecimientos en primer lugar a las ocho horas de jornada laboral, profesiones liberales o las  de oficina diaria; a partir de ahí sumemos las veinte horas acaso más de tener (como definiría un castizo) la jeta pegada a la blackberry, Iphone portátil y otros adelantos de base electrónica. Todo ha conducido a que el rey de la creación haya perdido completamente la postura erecta. En esa misma línea es constatable la pérdida de su habilidad para utilizar una herramienta que requiera algún esfuerzo físico, a día de hoy esa habilidad es prácticamente nula, y del raciocinio mejor ni hablamos… Antes hablábamos de  “grupos humanos” hoy hablamos de targets y en lugar de preguntar a alguien si conoce a una persona el enunciado es: “¿Lo tienes agregado?”, lo que puede dar lugar a equívocos las más de las veces mal intencionados.

    El pertinaz consumidor es el nombre de la involución evidente del siglo XXI, un primate que ha dejado de lado la abstracción de pensamiento característica del añorado sapiens para dedicarse a la acumulación indiscriminada de objetos, imágenes, pasar tardes de domingo con su familia en el centro comercial -aún cuando está cerrado- llenar agendas electrónicas de información y “amigos” o “seguidores”. El pertinaz consumidor es un ser alienado (abducido y seducido mentalmente)  que ha perdido contacto con su entorno y con la mayoría de sus semejantes. La mayor de las veces no tiene una ideología política, tampoco una postura social por otro lado se considera libre de cualquier dogma o cepo moralista o religioso. Visto y oído, lo verdaderamente importante para el  pertinaz consumidor es el acopio brutal. Este ser al que calificaremos científicamente como  homínido es fácilmente reconocible por la imperativa invención de extra-sensoriales necesidades ficticias de toda índole y, como manifiesta  una demostrable  pérdida de sus habilidades emocionales, es sencillo que genere reales  apegos por objetos inanimados como minúsculos teléfonos móviles o un par de gafas y un amplio abanico de mandos a distancia de todo tipo y modelo. Pese a todo ello, ni el pertinaz consumidor con todas sus apps ha podido librarse de la ira del dios todopoderoso de Occidente, cuyo reinado del terror no discrimina entre cristianos, católicos o judíos y empieza tener posiciones preferentes en otras religiones: Se trata de Eros. 

    Se busca el amor y esa búsqueda se convierte en un hito que preside las actividades más frecuentes, y estas pasan a convertirse en indispensables. El instrumento que sirve de guía y encumbrado sumo-sacerdote a partes iguales, es denominado sagradamente como Publicidad.

    Ese supremo Chamán, no solo establece al ya de por si debilitado homo o pertinaz consumidor  -que debe adquirir y como administrarlo-  para atraer, conservar, mantener y triunfar en el amor. Para ello y como si de una enseñanza sublime se tratara, establece que tener automóvil último modelo sin chica, es como tener cinturón pero no tener pantalones, sería más prosaico decir lo de tener un Moliere en lengua original y no saber francés, pero el hombre consumidor no está para estos ejemplos elaborados. Otra cuestión es mantener la belleza, un tratamiento en siete días carece de contenido, sin un marido al que hacer abandonar su idea de que con la secretaria está mejor, aunque estos mismos tratamientos incitan de manera masculina a todo lo contrario, con la secretaría “como con ninguna”. Para ser prácticos, una mujer consumo, no comprara una yogurt, para sentirse bien, en perfecta armonía consigo misma, lo hace con el objetivo primordial de seguir siendo esa reina diaria espejito, espejito… con su pareja y primordialmente ante las vecinas “Chonys” de un mismo universo”. Si entramos en el delicado mundo de las sales de baño o el más aún delicado de las pérdidas de orina, veremos que la elección se inclinará en aquel producto que le haga tener un orgasmo (medio orgasmo también es aceptable) aunque continúe con una leve caspa en su cuero cabelludo o permanentemente húmeda.

   En el caso del hombre consumidor, todos los detalles de esta nueva religión, y del Chamán que la capitanea, indican, que la correcta elección del  perfume es fundamental, eso combinado con la cerveza perfecta hará que su imagen ante las mujeres sea de tal magnitud, que estas tendrán visiones múltiples de erotismo ante su sola presencia. Factor fundamental es la sabia elección del tinte en combate abierto contra las canas, que permite un mayor recorrido entre las edades que imploren de rodillas sus favores, de igual manera el preservativo debe garantizar no solo un triunfo arrollador en el campo patrio, también Europa por cercanía y búsqueda de sol y playa debe quedar rendida a sus pies.

   Nada queda al margen de los designios de Eros y el camino de La Publicidad como vehículo propio e instrumento clasificatorio de los correctos pasos a seguir, en el triunfo más superlativo en tan singular envite. Siempre digo, al menos conforme voy creciendo, que los poetas cuentan entre sus dones el intuir el futuro, también ese que en algunos aspectos es cómico-patético. Recuerdo al gran Benedetti cuando en un maravilloso verso nos recordaba cosas que pasan y que todavía pasaran en mayor y pútrida cantidad.

Ustedes cuando aman
Al analista van
El es quien dictamina
Si lo hacen bien o mal

  Al final de todo el recorrido, la noche, la cama impoluta, dos docenas de objetos: mandos a distancia, móvil, agenda, y unas Ray-Ban rayadas en la mesa frente al televisor sin sonido, un olor a perfume en mezcla vomitiva con sudor y tabaco y ellos y ellas solos, frente a un ordenador portátil donde se súplica amor en las inmundas tabernas de un Chat.

lunes, 17 de octubre de 2011

CATEDRAL, LABERINTO, HOMBRE

Un conjunto de calles trazadas al mediodía, hacían discurrir la sombra por las casas del casco antiguo de Amiens, el deambular era agradable, el sol de un otoño primerizo y las calles con sabor monumental -pequeñas plazas ajardinadas- una calle diagonal con árboles resistiendo el inminente desnudo forzado por el otoño y de repente, fastuosa como coronando un zócalo de soberbia amplitud como si la vieja Europa no se resistiera a que esos espacios se escaparan de su dote, la Catedral de Amiens. La visión de su gran portada impactó en mí como un rayo de tormenta otoñal sobre un esbelto ciprés; armonía, equilibrio, espiritualidad, como una sucesión  de armónicos capaz de atrapar todo lo que del sol emanaba en ese instante.

Durante una leve fracción, mi mirada se perdió en su puerta central, en ese juicio final, con el esplendor de un padre eterno dueño de una creación estratificada y administrada por unos pocos. Me sentí que era uno más en la tétrica fila que avanzaba hacia unos fuegos eternos que la piedra describía con calor ritual, y en el centro, San Miguel, todopoderoso Arcángel pesando las almas con evocadora magia hacia aquel Osiris venerado y superviviente en el mundo de los clásicos y que ahora transmutaba su iconografía en uno de los Lugartenientes de un cielo lejano. A ambos lados las portadas llamadas de San Fermín y La Virgen, como predela de armonía de una fachada que se eleva al cielo como un Babel de espíritu, para partirse en dos torres de desigual altura, porque para el medievo Dios es uno y trino, pero no dual.

Penetrar en la Catedral era un ansía y a la vez un temor, ese temor que en determinados espacios tu subconsciente percibe como un paso de una dimensión real a la dimensión de los imposibles, donde te sientes pequeño, donde el orden a modo de esfinge te desintegra con una vorágine de  enigmas. De repente la luz se hizo luz, la piedra se hizo piedra, recordé el miserere de Bécquer, todo era orden, todo era universo, todo tenía una fragilidad y la rotundidad de lo realizado para mayor gloria de un Dios, del que todo fluye y para el que todos los dones humanos deben estar al servicio de su glorificación. Estábamos frente a frente, la nave central y mis ojos, sus 42 metros de altura, su inmensidad que me recordaba cuan pequeños podían ser cualquiera de mis pensamientos, de mis ideas ante tamaño cosmos; intenté contar los módulos que con esa delicada crucería cuatripartita componía tan mayestática nave, era una forma de protegerme ante un fuego indiscriminado de belleza. Siete hasta el transepto que con genial orden establece los brazos de la cruz en la planta, cuatro más en la cabecera coronada con un delicado ábside.

Con fuerza intenté, concentrar la vista con orden, de nada servía mis intentos para que una partitura en mi cabeza, me devolvieran un cierto sosiego para poder contemplar con ritmo pausado lo que ante mi se presentaba ¡De repente!, la luz hecha luz se transformo, como si hubiera iniciado una gradación, mi mirada quedó fija en las impresionantes vidrieras. Articulación en delicado claristorio sensual, que suprime el muro y deja que la luz inunde la nave dando mayor auge a la espiritualidad que allí se pretende consagrar en cada oficio. Volvía a recordar ese dato que seguía grabado en mi cabeza, 42 metros de altura, un delicado esqueleto de tracería en piedra armaba cada vidriera con sutil marchamo, justo debajo un perimetral triforio,  recorriendo las naves y el transepto, ofreciendo todavía más orden a un poema sinfónico de piedras y luces.

Avanzaba con la mirada aturdida, comprobé con mi  llegada al crucero, donde transepto y nave longitudinal se ínter-seccionan, que había pasado una hora, allí debajo de ese espacio de crucería y terceletes que vislumbran la cercanía flamenca, imaginé la impresionante flecha de la catedral que sobre mí, cortaba el aire en su exterior, sus 142 metros de altura como otra Babel cómplice mirando al cielo inalcanzable, y en un instante dejé el mundo de las sombras por un momento, ante mí se presentaban los tres grandes rosetones de la catedral, el del brazo norte como un concertante que fuga colores a seis voces y cuya mirada era pura ensoñación, un esplendido conjunto cuyo circulo transportaba en lo universal y que delicadamente se intuía enmarcado por tres arcos ojivales en su exterior, el lado sur un conjunto de delicados pétalos y estrellas, donde los rayos del sol como edificante alquimia penetraban en la catedral con caprichosos colores, como mecidos por el espacio, atrapándolos y convirtiéndolos en atmósfera. De frente el de la portada principal, en ese instante recordaba el juicio final tallado justo debajo de su glorificada forma, imaginaba los rayos de un sol del este entrando en un invierno tenue e impactando con la celebración litúrgica y los cánticos del coro.




 Sentí la grandeza de la catedral en mi propia insignificancia, sentí su luz cegadora, el poder del hombre para entregarse a una inverosímil eternidad ansiada después de una vida de sufrimiento, pero sentí la necesidad de que el hombre convierta en paraíso lo que los administradores del cielo, mantienen como un  ponzoñoso valle de lágrimas. Habían pasado tres horas, miré el laberinto, miré la nave central y detuve mi mirada en la Santa Genoveva, que la revolución francesa había convertido en imagen venerada de la Razón. Recordé a Goya y sus monstruos, derivados de un sueño de la razón que dota al hombre de independencia de la capacidad de enfrentarse a si mismo en combate igual, sin coros celestiales, también recordé a Baudelaire, sus laberintos de piedra, el ser y sus miserias su anonimato, la catedral  pues cielo en infierno donde el hombre en su justa mitad es sublime y sórdido. Salí de la Catedral y miré a la gente, cada uno una vida y yo un espectador afortunado.

jueves, 6 de octubre de 2011

FLOTANTE EN AMIENS

 
Ilustración de Javier Gay Lorente



 ¡Ya queda menos!, es lo primero que me vino a la mente cuando asomó el cartel de Amiens 5 kilómetros, en realidad no era la distancia a Amiens lo que aliviaba los vapores de mi mente, lo realmente plausible es, que una vez conociera la Catedral de Amiens, teniendo en cuenta que ya conocía Notre Dame de París, tan solo me faltaría la Catedral de Reims, y así cumplir mi pequeño sueño de ver con mis propios ojos, tres fantásticas obras del gótico y aspirar, embriagarme de quietud, suspiro y piedra.

Era consciente de que dotaba de cierto aire competitivo e incluso de parvo coleccionismo, mis ansias por declararme cumplidor de mi sueño. Definitivamente me podía la ansiedad, cuando soy consciente de ello pienso en Paganini, siempre me da resultado, el capricho número 24 comienza a desgranar trémolos en mi cabeza y se acaba la ansiedad –ahora si- Amiens capital de la Picardía francesa empezaba a mecer sus vientos de leve intensidad como un andante de suavidad extrema, acariciando, envolviendo y haciéndome participe de otras diferencias, que impactaban en mis retinas como una tempestad de colores que se iban ordenando en cuanto llegaban.

Y sobre todo Amiens destilaba aromas,  una de las cunas del Champagne de una variedad de quesos de la que sus ciudadanos hacían gala, en comercios y mercadillos. Estos con ese sabor centroeuropeo, de lonas ocres, ajustadas en continuados bastidores de madera, y que a modo de porche protegen al mercader y al curioso, que en mi caso queda fascinado por formas y variedades. Y esos olores no eran solo un tono gastronómico, rezumaban hierba y río también flores y ese aglutinante que es la madera, que con los años y las lluvias alcanza un macerado que diferencia lo antiguo de lo viejo como la piel rugosa y dura de unas viejas manos, que tienen párrafos enteros de vivencias.

Hace sol, los rayos impactan el los erosionados adoquines de las calles, redondeados por las estaciones, en un proceso místico casi de una gran fundición, donde Hefesto, devasta, funde, moldea y pule, para que el caminar sea con paso firme de fragancias, percepciones e historias en mundos de fantasías. Era la gran sorpresa de esta visita, Amiens, donde Julio Verne, residió y murió donde sus restos se funden con la tierra que nos atrapa en su gravedad y que con generosidad casi lastimosa nos permite levantar la mirada y añorar la luna. Mi mente transmuta, se libera incluso toma impulso, adquiere ese empuje que los aragoneses llamamos rasmia; con Julio Verne viajé de esta tierra que compartimos a la luna, y conseguí que las veinte mil leguas de viaje submarino fueran el salvoconducto para tocar de cerca corales, montar en un caballito de mar y hablar con los delfines de lo poco que cuidamos ese hábitat. Ya sé, suena a un “más de lo mismo”, quizás debamos preocuparnos cuando solo suene “lo mismo”. Inolvidables cinco semanas en globo, y como no podía ser de otra manera, aquellas manos de mi padre sujetando el libro de la colección Barco de Vapor, al que veía en ese momento como el autentico Strogoff correo del Zar.

El río Somme, arrullaba sus aguas en una corriente sin estridencias, era un compás de ritornelo en melodía continua, a media distancia la catedral objeto primario de mi visita, pero los pensamientos me aturdían, como en líneas de recuerdos, mi mirada se perdía en estampas clásicas de aventuras, esas que hoy pasan desapercibidas pero que a mi me parecen pequeños cristales que asoman al mundo desde el gabinete de la introspección. Mi mente recordaba el viaje al centro de la tierra, la aventura y la necesidad de conocernos. La realidad que en ocasiones constata que la mayor de las proezas está en nuestro interior. Junto a las riberas del Somme cuando el sol entrega a la tierra una suave veladura, como la sensación que produce un amarillo de Nápoles sobre un gris de negro humo y blanco de zinc; toqué la tierra con mis palmas extendidas para lanzar un susurro de gratitud ¡Gracias Julio Verne! Por contarnos aquel secreto por el cual se daba la vuelta al mundo en ochenta días.

Todo tiene ya un ritmo en este volar de la imaginación, cruzo el río Somme, y enfrento el mercado de Saint-Leu, distinto al primero en la parte más central de la ciudad, me llama la atención que es flotante, los distintos puestos como una sucesión de grandes balsas, se distribuyen sobre el agua de una canal derivado del río, maravillosa sensación, un leve ritmo, mientras los sonidos que emiten visitantes, mercaderes y el tenue discurrir de las aguas, lo convierten en un contrapunto donde las voces se contestan con independencia armónica. Mi atención se detiene en un puesto de discos antiguos, singles de época pretérita, cantantes franceses que jamás había oído, de pronto una caja de cartón en cuña con música clásica, Strauss, Berlioz, Offenbach, Karajan, en suma grandes clásicos, aunque no todo, algo de folclore de la Picardía francesa y un disco de Pavarotti, al menos lo he intentado.

Flotar entre las balsas es un estimulo, el sol está en lo alto, es midi, entorno la mirada hacia la  Catedral, su aguja central, esbelta desafiante, como ese Faro del fin del Mundo descrito por Verne ¿Se inspiraría en ella?, carece de importancia, son enigmas, y por tanto son belleza y puerta al bosque de los sueños. Queda por callejear Amiens,  hago un ruego a vuestra paciencia, tengo que contaros otro día la visita a la Catedral, mientras tanto podemos leer sobre nosotros mismos, porque cada  rincón de nuestra mente, cada neurona conforman una Isla Misteriosa, aventuras y desventuras, desafíos y ojos vidriosos ante emociones futuras. Pensando en Julio Verne en como acercó la lejanía, miró al sur para decirte  en un viento de retorno que,  París no es inalcanzable.  

sábado, 1 de octubre de 2011

LA TORRE DEL ORO, PRELUDIO

La Torre del Oro, David Roberts 1833 Museo del Prado


   Es Gerómino Giménez (1854-1923) ejemplo de excelencia sinfónica, con el poso y base de la música popular andaluza; nota y compás en un espejo de sentimiento. Aquí junto al gran río francés, trabajo en La Torre del Oro, que me otorga el atrevimiento, para poner pensamientos y percepciones a modo de letra, a este suceder de sensuales notas.



 El amanecer estalla en el sonar de timbales,
azahar fundido, delicados aromas de viento.
La luz, entre cal y ocre majestad del Guadalquivir,
rumores de ondas y azules besos y tormentos

Miradas y suspiros, destellos de hoja verde.
Y susurros de deseo piel amarillo limón.
Sonámbulas ensoñaciones,
puente y puente. Alma y alma,
frondas en jardín de fresco sentido.
De tarde y hojarasca, de cuerda rasgada

Piel de tierra, madrugada aún  lejana,
ritmo de vericueto y romance.
Agonía del día engreído, ignorante en la caída,
rendido a la blanca luna.
Sonar de cante y  lamento de fértil poesía.
Reflejo zambra y reja, amantes húmedos.

Sombra de la torre con duende de oro,
sonar de un torrente mágico en dársena de sueños.
Huele a patio de naranjos y tierra tostada
A paseo por la orilla, a fragor de una caricia.

Entre las piedras las sombras, próximo el día muriendo,
mientras el río enamora atardecer de los sueños,
aguas mirando de frente recuerdo al poeta yerto,
con su voz acariciando aquellos barcos veleros.
Rema el día hacia la noche como reman los suspiros
Entre azahares fundidos, plata de cáliz de viento

Entre luces huye el sol, entre marinos las aguas
entre espléndidos acordes deja el día su semblanza.
Que la noche viene ya, junto a la torre encantada.
Entre cuerdas y timbales, la torre mira a la luna,
que aparece triunfadora y generosa de caricias. 

El día dormido ya. La noche goza de embrujo,
 exige ya sus tributos sus ternuras y esperanzas,
con su manto claroscuro con sus estrellas de plata
La torre mece la noche, mientras esta descuidada,
deja embriagada de amor, que en el compás de un si-re-do
 con un trazo Venus Victrix destelle entre brillos el alba.

viernes, 23 de septiembre de 2011

MELANCOLÍA



CAFÉ DE MELANCOLÍA

Debo confesar que tenía mucho miedo, mi apego a las piezas delicadas de cristal que rodean mi vida, me hacían frágil frente a la aventura que ante mi se abría, incluso cuando aquella legión de formularios estaba en mi mano perfectamente organizada, sentí ese mareo, que solo la duda siembra en la mente como un campo fértil recibiendo las malas hierbas.

Hablé con la dama en la place de les Vosges, resultado de aquel turbulento proyecto de hacer de la ciudad, portento del imperio, por eso la dama, vestía pamela y a la vez cuero, porque la incisión en el tejido urbano, estuvo llena del traumatismos, como solo  son capaces los hombres poderosos que tienen la necesidad de plantar toda la vida de sus semejantes de columnas hercúleas donde nada más puede crecer; aunque están equivocados, porque las estrellas del sentir no crecen ni decrecen, pero si iluminan.

Esta mañana me he levantado melancólico, pero eso no es malo, llueve en París, la ciudad huele distinta, pero distinta a todo, para mí es un aroma nuevo, es como si la humedad lejos de identificarse con lo estanco, impregnara toda una atmósfera de sensaciones que no mojan. Un frescor que me deja  impávido ante el día por batallar,
me viene a la mente León Felipe “sensibles a todo viento y bajo todos los cielos,” el café y su aroma, otorgan al momento más placidez, la lluvia no repica en el cristal, es suave, como las notas del arpa casi pequeñas perlas invisibles, haciendo de la melodía de la mañana un inesperado encuentro con la paz del alma.

No he abierto siquiera la ventana y he percibido el aroma de la ciudad mojada, la civitas parisorium, aquí el otoño llama con fuerza. A noches de calor de hogar y pensamientos de recuerdo, se suceden mañanas frías, pero distintas, envolventes como un bálsamo que cauteriza cualquier hiriente nostalgia; en la calle el devenir de las almas, todavía mis ojos con la curiosidad de saber procedencias, vidas -porque la diferencia me atrae- me resulta nutritivo pensar como viven, como llegaron, si son de aquí, si son vecinos o trabajan en esta parte de la ciudad, me siento invisible como si no pudieran verme, como si no pudieran aspirar el aroma que la ciudad mojada nos deja a todos. ¡Que bien huele París cuando llueve!.

Es posible que sea la rutina, la que mata las historias de amor entre un estudiante y una ciudad, yo me siento como parte del libro que en cada uno de mis pasos se está escribiendo, en esas páginas donde se describe, como miro los balcones y las pocas gentes que se asoman, las fachadas, el repartidor de mensajería y también la mujer cincuentona, que todos los días pasea su elegancia por la calle de Croulebarbe esquina con Courvesart, cuando voy hacia el metro de plaza Italia, en ocasiones he coincidido con ella en el metro, me llama la atención siempre lo refinado de sus modales, sujeta su bolso con la elegancia propia de las damas descritas por Dumas, como sin gran profusión de anillos ni joyas, hace resaltar la elegancia de un colgante con forma de rosetón gótico, de finura extrema y un anillo en el que destaca una minúscula piedra verde, engarzada con delicadeza, se aprecia que es una joya querida con cierto buque familiar.

Hoy he bajado en Crimea, es una estación antes, pero quiero pasear, total falta una hora para que comience la clase, junto a la salida del metro Tidian y su puesto de periódicos y revistas, también tabaco y papeletas de la Loto, la lotería de Francaise des Jeux. Tidian es de padre parisino y madre argelina, adorador del fútbol y de Carla Bruni, siempre que le compro el periódico se deshace en elogios hacia Casillas, el primer día cuando detecto mi nacionalidad ya que  tiene como buen quiosquero la rara habilidad de saber vida y milagros de toda aquel que se acerque a su puesto, consideró que ser paisano de Casillas, me hacia acreedor de la gratuidad del periódico, aunque insistí en pagarle los dos euros, se negó, momento en el que por mi mente paso el intentar explicarle que del fútbol el único equipo que me interesa milita en segunda B, pero deduje que podía ser tan agotador como el día que tuve que explicarle a mis curiosos compañeros de clase franceses la diferencia insalvable entre Cante Jondo y Jota. Hoy he cogido Le Monde, así me entretengo durante el almuerzo. Cuando llego a clase, todavía los pasillos rebosan, me intriga el pensamiento sobre que habrá hoy de almuerzo en el comedor, lo cierto que me cuesta acostumbrarme a estos horarios, creo que todavía no consigo sacar los rendimientos necesarios al día, decido que me abonaré a la sorpresa cuando lleguen las doce.

Continúa nublado, me doy cuenta que en la página del libro que se escribe a cada instante sobre el amor de un estudiante y una ciudad, ya no se vislumbra el miedo, sé que la dama también está por aquí, puede hoy sentarse a mi lado dentro del aula, me asalta la curiosidad ¿Su aroma será el mismo, que respiraba tras los cristales, mientras preparaba un café de melancolía?

sábado, 10 de septiembre de 2011

LEYENDA



HABÍA UNA CIUDAD ENCANTADA EN JORDANIA

    
 Cuando llegué a la pagina mil doscientos, de aquel extraño libro que había descubierto en el fondo de un baúl, en el recóndito rincón del desván de una casa de de un no menos recóndito pueblo de Teruel. Descubrí que la página en su parte superior, tenía un bonito grabado, era como un paisaje oriental, pero que mezclaba arquitecturas que me resultaban cercanas. El libro contenía viajes e historias, de oriente y occidente, pero al llegar a esa página me llamo la atención el relato de una poeta y una ciudad.

  “Cuando el cielo comenzaba a tornarse fuego entre malvas y añiles, la ciudad se ilumino, tan de repente que era como si miles de antorchas prendieran, tierra y cielo. El viajero que apostado en la colina contemplaba ese crisol de colores, sintió muchas emociones, tantas que sus lágrimas eran pequeños diamantes de color turquesa. Poco importa su nombre, era joven aunque su alma vagaba en eternidades complejas, su tez morena, sus cabellos pulidos en negro por los vientos del desierto, su mirada limpia, esa mirada que solo pertenece a los que como él, hacen de palabras, encantamientos para sostener un Universo baldío de buenos sentimientos.

   La ciudad se le mostraba con el esplendor de la noche y el fuego, su búsqueda había terminado, o tal vez comenzaba otra andanza entre estrellas, entre fuegos fatuos, entre sonrisas y deseos, otro camino de séntires porque el poeta es un sentir en si mismo. Con la quietud de las miles de palabras acumuladas en su alma, de miles de gritos ante los desdenes de los hombres, con la claridad de saber que el camino recorrido era mayor de lo que el destino asigna a los hombres, puso rumbo a las puertas de la ciudad, la luz y el destello de la ciudad le envolvía a cada paso, lejos de turbarse, sentía como tantos y tantos anhelos se iban haciendo realidad entre los fugaces impactos de una luz envolvente.

  Antes de cruzar el umbral de la ciudad, de repente el poeta, recordó su visita a un castillo en mitad del desierto habían pasado muchos años, su mirada impactó con el cielo, que en constante cambió, absorbía los colores que la luz de la ciudad irradiaba sobre él. Aquel castillo al que había llegado sediento, con su pequeño zurrón de piel de camello llena de pequeños pergaminos, y donde habitaba un joven rey, de rubios cabellos apenas se mantenía en pie, pero presentaba un pasado grandioso. El poeta se sorprendió de la belleza y elegancia del rey, de lo suntuoso del pequeño castillo, conducido a una gran sala, se quedó maravillado con las  pinturas que recubrían las paredes, vivos colores, que se vislumbraban en la tenue luz de escasas antorchas. Cuando joven rey lo sentó en su mesa, al poeta le llamo la atención la belleza del joven, sus ondas rubias, y también sus ojos de tristeza, su melancolía a flor de piel. El rey esbozando un leve sollozo le explico que su reino había sido un vergel en medio del desierto, el mítico reino de Qusair Amra; durante siglos la tierra fue generosa con todos los habitantes del reino, había comida para todos, la felicidad estaba en el umbral de cada puerta, en cada gesto y en cada sonrisa, era la ciudad de los músicos, de los cantantes, de los poetas, la ciudad de los malabaristas, cada rincón era una fiesta.

   La ciudad tenía llanos y altos, barrios amplios y lugares de ensueño, fuentes, jardines, escuelas y comercio, el rey torno una mirada triste en ese momento, explico al joven poeta, que al principio el rico comercio, hacia que en la ciudad todo fuera vida y conocimiento, que no faltara ningún enser necesario para la vida diaria de los habitantes de la ciudad, pero con los años, el comercio se tornaba avaro, cada día exigía más incluso lo hacía en nombre de la ley y la justicia, las laboriosas manufacturas de la ciudad, eran ninguneadas por el comercio, los trabajadores explotados, cada vez más leyes injustas, tornaron la pátina de la ciudad en andrajos, los hombres y mujeres de Quasir Amra, asistían impotentes viendo como, lo que era el rico vestido de su ciudad se tornaba en harapos, mientras el comercio se hacia más y mas rico y a la par asfixiaba más y más a las gentes que en otro tiempo habían vivido en idílico bienestar con su ciudad con sus vecinos con sus manufactureros.

  El bello rey explicó por último, como él mismo era un fabricante de muebles, y que había tenido que hacerse cargo del reinado de la ciudad, para así poder mantener a los escasos habitantes que aún quedaban todavía ahogados por los tributos que con el paso de los años el comerció seguía exigiendo, y por esa razón nada quedaba ya de la ciudad, solo el castillo y algunas casas ruinosas donde malvivían algunos artesanos”

  El poeta permanecía absorto y solo ante la puerta de la gran ciudad del fuego y la luz, una lágrima recorrió su mejilla, sintió como había recibido toda aquella desgracia contada en primera persona por aquel rey carpintero, como él poeta le había explicado que su camino era encontrar la ciudad mítica de la luz de los poetas, que ni siquiera aquel bello rey había oído nombrar, era la ciudad donde el poeta, guardaba en una gran templo de mármol blanco toda su poesía, donde cada mañana claveles blancos crecían en la puerta de cada casa, todo eran cantos y delirios de placer.

   Abrió su humilde zurrón de piel de camello, vio sus manuscritos, incluso esas pequeñas hojas donde había escrito un sueño o un leve instante donde la lluvia zumbaba en sus oídos. Recordó la mirada triste del Rey carpintero, como lamentaba la perdida de la belleza de sus ciudad y de sus gentes, miró de nuevo el espectáculo que ante sí presentaba la ciudad de los poetas, con una aroma envolvente a jazmines y rosas, en su palma extendida una lágrima como una perla de un rocío veraniego, el poeta levanto la palma y soplo para que la gota traspasará el umbral de la puerta, penetrando en la ciudad. Su lágrima entró perdiéndose en el bullicio y en la alegría, pero no el poeta, porque su tiempo de claveles blancos a la puerta de la casa, no había llegado, porque el poeta sintió que su palabra sería el susurro firme, frente a la avaricia, al engaño y a la falsedad, y que su sitio estaba en el desierto de los hombres y no en la ciudad de los poetas, sus negros cabellos pulidos por el sur, recibían el impacto de la luz de la ciudad, sus ojos miraron su destino sin miedo y en sus oídos comenzó a sonar como por arte de magia la danza final del sombrero de tres picos, mientras comenzaba sin atisbos de duda  el resto del camino de su vida por los soles y las lunas que iban a iluminarle.