domingo, 30 de octubre de 2011

VISPERAS DE PLÁSTICO

     

    Se constata una realidad con la llegada del siglo XXI, la especie está retroceso evolutivo al menos en las ciudades se antoja evidente. Los agradecimientos en primer lugar a las ocho horas de jornada laboral, profesiones liberales o las  de oficina diaria; a partir de ahí sumemos las veinte horas acaso más de tener (como definiría un castizo) la jeta pegada a la blackberry, Iphone portátil y otros adelantos de base electrónica. Todo ha conducido a que el rey de la creación haya perdido completamente la postura erecta. En esa misma línea es constatable la pérdida de su habilidad para utilizar una herramienta que requiera algún esfuerzo físico, a día de hoy esa habilidad es prácticamente nula, y del raciocinio mejor ni hablamos… Antes hablábamos de  “grupos humanos” hoy hablamos de targets y en lugar de preguntar a alguien si conoce a una persona el enunciado es: “¿Lo tienes agregado?”, lo que puede dar lugar a equívocos las más de las veces mal intencionados.

    El pertinaz consumidor es el nombre de la involución evidente del siglo XXI, un primate que ha dejado de lado la abstracción de pensamiento característica del añorado sapiens para dedicarse a la acumulación indiscriminada de objetos, imágenes, pasar tardes de domingo con su familia en el centro comercial -aún cuando está cerrado- llenar agendas electrónicas de información y “amigos” o “seguidores”. El pertinaz consumidor es un ser alienado (abducido y seducido mentalmente)  que ha perdido contacto con su entorno y con la mayoría de sus semejantes. La mayor de las veces no tiene una ideología política, tampoco una postura social por otro lado se considera libre de cualquier dogma o cepo moralista o religioso. Visto y oído, lo verdaderamente importante para el  pertinaz consumidor es el acopio brutal. Este ser al que calificaremos científicamente como  homínido es fácilmente reconocible por la imperativa invención de extra-sensoriales necesidades ficticias de toda índole y, como manifiesta  una demostrable  pérdida de sus habilidades emocionales, es sencillo que genere reales  apegos por objetos inanimados como minúsculos teléfonos móviles o un par de gafas y un amplio abanico de mandos a distancia de todo tipo y modelo. Pese a todo ello, ni el pertinaz consumidor con todas sus apps ha podido librarse de la ira del dios todopoderoso de Occidente, cuyo reinado del terror no discrimina entre cristianos, católicos o judíos y empieza tener posiciones preferentes en otras religiones: Se trata de Eros. 

    Se busca el amor y esa búsqueda se convierte en un hito que preside las actividades más frecuentes, y estas pasan a convertirse en indispensables. El instrumento que sirve de guía y encumbrado sumo-sacerdote a partes iguales, es denominado sagradamente como Publicidad.

    Ese supremo Chamán, no solo establece al ya de por si debilitado homo o pertinaz consumidor  -que debe adquirir y como administrarlo-  para atraer, conservar, mantener y triunfar en el amor. Para ello y como si de una enseñanza sublime se tratara, establece que tener automóvil último modelo sin chica, es como tener cinturón pero no tener pantalones, sería más prosaico decir lo de tener un Moliere en lengua original y no saber francés, pero el hombre consumidor no está para estos ejemplos elaborados. Otra cuestión es mantener la belleza, un tratamiento en siete días carece de contenido, sin un marido al que hacer abandonar su idea de que con la secretaria está mejor, aunque estos mismos tratamientos incitan de manera masculina a todo lo contrario, con la secretaría “como con ninguna”. Para ser prácticos, una mujer consumo, no comprara una yogurt, para sentirse bien, en perfecta armonía consigo misma, lo hace con el objetivo primordial de seguir siendo esa reina diaria espejito, espejito… con su pareja y primordialmente ante las vecinas “Chonys” de un mismo universo”. Si entramos en el delicado mundo de las sales de baño o el más aún delicado de las pérdidas de orina, veremos que la elección se inclinará en aquel producto que le haga tener un orgasmo (medio orgasmo también es aceptable) aunque continúe con una leve caspa en su cuero cabelludo o permanentemente húmeda.

   En el caso del hombre consumidor, todos los detalles de esta nueva religión, y del Chamán que la capitanea, indican, que la correcta elección del  perfume es fundamental, eso combinado con la cerveza perfecta hará que su imagen ante las mujeres sea de tal magnitud, que estas tendrán visiones múltiples de erotismo ante su sola presencia. Factor fundamental es la sabia elección del tinte en combate abierto contra las canas, que permite un mayor recorrido entre las edades que imploren de rodillas sus favores, de igual manera el preservativo debe garantizar no solo un triunfo arrollador en el campo patrio, también Europa por cercanía y búsqueda de sol y playa debe quedar rendida a sus pies.

   Nada queda al margen de los designios de Eros y el camino de La Publicidad como vehículo propio e instrumento clasificatorio de los correctos pasos a seguir, en el triunfo más superlativo en tan singular envite. Siempre digo, al menos conforme voy creciendo, que los poetas cuentan entre sus dones el intuir el futuro, también ese que en algunos aspectos es cómico-patético. Recuerdo al gran Benedetti cuando en un maravilloso verso nos recordaba cosas que pasan y que todavía pasaran en mayor y pútrida cantidad.

Ustedes cuando aman
Al analista van
El es quien dictamina
Si lo hacen bien o mal

  Al final de todo el recorrido, la noche, la cama impoluta, dos docenas de objetos: mandos a distancia, móvil, agenda, y unas Ray-Ban rayadas en la mesa frente al televisor sin sonido, un olor a perfume en mezcla vomitiva con sudor y tabaco y ellos y ellas solos, frente a un ordenador portátil donde se súplica amor en las inmundas tabernas de un Chat.

lunes, 17 de octubre de 2011

CATEDRAL, LABERINTO, HOMBRE

Un conjunto de calles trazadas al mediodía, hacían discurrir la sombra por las casas del casco antiguo de Amiens, el deambular era agradable, el sol de un otoño primerizo y las calles con sabor monumental -pequeñas plazas ajardinadas- una calle diagonal con árboles resistiendo el inminente desnudo forzado por el otoño y de repente, fastuosa como coronando un zócalo de soberbia amplitud como si la vieja Europa no se resistiera a que esos espacios se escaparan de su dote, la Catedral de Amiens. La visión de su gran portada impactó en mí como un rayo de tormenta otoñal sobre un esbelto ciprés; armonía, equilibrio, espiritualidad, como una sucesión  de armónicos capaz de atrapar todo lo que del sol emanaba en ese instante.

Durante una leve fracción, mi mirada se perdió en su puerta central, en ese juicio final, con el esplendor de un padre eterno dueño de una creación estratificada y administrada por unos pocos. Me sentí que era uno más en la tétrica fila que avanzaba hacia unos fuegos eternos que la piedra describía con calor ritual, y en el centro, San Miguel, todopoderoso Arcángel pesando las almas con evocadora magia hacia aquel Osiris venerado y superviviente en el mundo de los clásicos y que ahora transmutaba su iconografía en uno de los Lugartenientes de un cielo lejano. A ambos lados las portadas llamadas de San Fermín y La Virgen, como predela de armonía de una fachada que se eleva al cielo como un Babel de espíritu, para partirse en dos torres de desigual altura, porque para el medievo Dios es uno y trino, pero no dual.

Penetrar en la Catedral era un ansía y a la vez un temor, ese temor que en determinados espacios tu subconsciente percibe como un paso de una dimensión real a la dimensión de los imposibles, donde te sientes pequeño, donde el orden a modo de esfinge te desintegra con una vorágine de  enigmas. De repente la luz se hizo luz, la piedra se hizo piedra, recordé el miserere de Bécquer, todo era orden, todo era universo, todo tenía una fragilidad y la rotundidad de lo realizado para mayor gloria de un Dios, del que todo fluye y para el que todos los dones humanos deben estar al servicio de su glorificación. Estábamos frente a frente, la nave central y mis ojos, sus 42 metros de altura, su inmensidad que me recordaba cuan pequeños podían ser cualquiera de mis pensamientos, de mis ideas ante tamaño cosmos; intenté contar los módulos que con esa delicada crucería cuatripartita componía tan mayestática nave, era una forma de protegerme ante un fuego indiscriminado de belleza. Siete hasta el transepto que con genial orden establece los brazos de la cruz en la planta, cuatro más en la cabecera coronada con un delicado ábside.

Con fuerza intenté, concentrar la vista con orden, de nada servía mis intentos para que una partitura en mi cabeza, me devolvieran un cierto sosiego para poder contemplar con ritmo pausado lo que ante mi se presentaba ¡De repente!, la luz hecha luz se transformo, como si hubiera iniciado una gradación, mi mirada quedó fija en las impresionantes vidrieras. Articulación en delicado claristorio sensual, que suprime el muro y deja que la luz inunde la nave dando mayor auge a la espiritualidad que allí se pretende consagrar en cada oficio. Volvía a recordar ese dato que seguía grabado en mi cabeza, 42 metros de altura, un delicado esqueleto de tracería en piedra armaba cada vidriera con sutil marchamo, justo debajo un perimetral triforio,  recorriendo las naves y el transepto, ofreciendo todavía más orden a un poema sinfónico de piedras y luces.

Avanzaba con la mirada aturdida, comprobé con mi  llegada al crucero, donde transepto y nave longitudinal se ínter-seccionan, que había pasado una hora, allí debajo de ese espacio de crucería y terceletes que vislumbran la cercanía flamenca, imaginé la impresionante flecha de la catedral que sobre mí, cortaba el aire en su exterior, sus 142 metros de altura como otra Babel cómplice mirando al cielo inalcanzable, y en un instante dejé el mundo de las sombras por un momento, ante mí se presentaban los tres grandes rosetones de la catedral, el del brazo norte como un concertante que fuga colores a seis voces y cuya mirada era pura ensoñación, un esplendido conjunto cuyo circulo transportaba en lo universal y que delicadamente se intuía enmarcado por tres arcos ojivales en su exterior, el lado sur un conjunto de delicados pétalos y estrellas, donde los rayos del sol como edificante alquimia penetraban en la catedral con caprichosos colores, como mecidos por el espacio, atrapándolos y convirtiéndolos en atmósfera. De frente el de la portada principal, en ese instante recordaba el juicio final tallado justo debajo de su glorificada forma, imaginaba los rayos de un sol del este entrando en un invierno tenue e impactando con la celebración litúrgica y los cánticos del coro.




 Sentí la grandeza de la catedral en mi propia insignificancia, sentí su luz cegadora, el poder del hombre para entregarse a una inverosímil eternidad ansiada después de una vida de sufrimiento, pero sentí la necesidad de que el hombre convierta en paraíso lo que los administradores del cielo, mantienen como un  ponzoñoso valle de lágrimas. Habían pasado tres horas, miré el laberinto, miré la nave central y detuve mi mirada en la Santa Genoveva, que la revolución francesa había convertido en imagen venerada de la Razón. Recordé a Goya y sus monstruos, derivados de un sueño de la razón que dota al hombre de independencia de la capacidad de enfrentarse a si mismo en combate igual, sin coros celestiales, también recordé a Baudelaire, sus laberintos de piedra, el ser y sus miserias su anonimato, la catedral  pues cielo en infierno donde el hombre en su justa mitad es sublime y sórdido. Salí de la Catedral y miré a la gente, cada uno una vida y yo un espectador afortunado.

jueves, 6 de octubre de 2011

FLOTANTE EN AMIENS

 
Ilustración de Javier Gay Lorente



 ¡Ya queda menos!, es lo primero que me vino a la mente cuando asomó el cartel de Amiens 5 kilómetros, en realidad no era la distancia a Amiens lo que aliviaba los vapores de mi mente, lo realmente plausible es, que una vez conociera la Catedral de Amiens, teniendo en cuenta que ya conocía Notre Dame de París, tan solo me faltaría la Catedral de Reims, y así cumplir mi pequeño sueño de ver con mis propios ojos, tres fantásticas obras del gótico y aspirar, embriagarme de quietud, suspiro y piedra.

Era consciente de que dotaba de cierto aire competitivo e incluso de parvo coleccionismo, mis ansias por declararme cumplidor de mi sueño. Definitivamente me podía la ansiedad, cuando soy consciente de ello pienso en Paganini, siempre me da resultado, el capricho número 24 comienza a desgranar trémolos en mi cabeza y se acaba la ansiedad –ahora si- Amiens capital de la Picardía francesa empezaba a mecer sus vientos de leve intensidad como un andante de suavidad extrema, acariciando, envolviendo y haciéndome participe de otras diferencias, que impactaban en mis retinas como una tempestad de colores que se iban ordenando en cuanto llegaban.

Y sobre todo Amiens destilaba aromas,  una de las cunas del Champagne de una variedad de quesos de la que sus ciudadanos hacían gala, en comercios y mercadillos. Estos con ese sabor centroeuropeo, de lonas ocres, ajustadas en continuados bastidores de madera, y que a modo de porche protegen al mercader y al curioso, que en mi caso queda fascinado por formas y variedades. Y esos olores no eran solo un tono gastronómico, rezumaban hierba y río también flores y ese aglutinante que es la madera, que con los años y las lluvias alcanza un macerado que diferencia lo antiguo de lo viejo como la piel rugosa y dura de unas viejas manos, que tienen párrafos enteros de vivencias.

Hace sol, los rayos impactan el los erosionados adoquines de las calles, redondeados por las estaciones, en un proceso místico casi de una gran fundición, donde Hefesto, devasta, funde, moldea y pule, para que el caminar sea con paso firme de fragancias, percepciones e historias en mundos de fantasías. Era la gran sorpresa de esta visita, Amiens, donde Julio Verne, residió y murió donde sus restos se funden con la tierra que nos atrapa en su gravedad y que con generosidad casi lastimosa nos permite levantar la mirada y añorar la luna. Mi mente transmuta, se libera incluso toma impulso, adquiere ese empuje que los aragoneses llamamos rasmia; con Julio Verne viajé de esta tierra que compartimos a la luna, y conseguí que las veinte mil leguas de viaje submarino fueran el salvoconducto para tocar de cerca corales, montar en un caballito de mar y hablar con los delfines de lo poco que cuidamos ese hábitat. Ya sé, suena a un “más de lo mismo”, quizás debamos preocuparnos cuando solo suene “lo mismo”. Inolvidables cinco semanas en globo, y como no podía ser de otra manera, aquellas manos de mi padre sujetando el libro de la colección Barco de Vapor, al que veía en ese momento como el autentico Strogoff correo del Zar.

El río Somme, arrullaba sus aguas en una corriente sin estridencias, era un compás de ritornelo en melodía continua, a media distancia la catedral objeto primario de mi visita, pero los pensamientos me aturdían, como en líneas de recuerdos, mi mirada se perdía en estampas clásicas de aventuras, esas que hoy pasan desapercibidas pero que a mi me parecen pequeños cristales que asoman al mundo desde el gabinete de la introspección. Mi mente recordaba el viaje al centro de la tierra, la aventura y la necesidad de conocernos. La realidad que en ocasiones constata que la mayor de las proezas está en nuestro interior. Junto a las riberas del Somme cuando el sol entrega a la tierra una suave veladura, como la sensación que produce un amarillo de Nápoles sobre un gris de negro humo y blanco de zinc; toqué la tierra con mis palmas extendidas para lanzar un susurro de gratitud ¡Gracias Julio Verne! Por contarnos aquel secreto por el cual se daba la vuelta al mundo en ochenta días.

Todo tiene ya un ritmo en este volar de la imaginación, cruzo el río Somme, y enfrento el mercado de Saint-Leu, distinto al primero en la parte más central de la ciudad, me llama la atención que es flotante, los distintos puestos como una sucesión de grandes balsas, se distribuyen sobre el agua de una canal derivado del río, maravillosa sensación, un leve ritmo, mientras los sonidos que emiten visitantes, mercaderes y el tenue discurrir de las aguas, lo convierten en un contrapunto donde las voces se contestan con independencia armónica. Mi atención se detiene en un puesto de discos antiguos, singles de época pretérita, cantantes franceses que jamás había oído, de pronto una caja de cartón en cuña con música clásica, Strauss, Berlioz, Offenbach, Karajan, en suma grandes clásicos, aunque no todo, algo de folclore de la Picardía francesa y un disco de Pavarotti, al menos lo he intentado.

Flotar entre las balsas es un estimulo, el sol está en lo alto, es midi, entorno la mirada hacia la  Catedral, su aguja central, esbelta desafiante, como ese Faro del fin del Mundo descrito por Verne ¿Se inspiraría en ella?, carece de importancia, son enigmas, y por tanto son belleza y puerta al bosque de los sueños. Queda por callejear Amiens,  hago un ruego a vuestra paciencia, tengo que contaros otro día la visita a la Catedral, mientras tanto podemos leer sobre nosotros mismos, porque cada  rincón de nuestra mente, cada neurona conforman una Isla Misteriosa, aventuras y desventuras, desafíos y ojos vidriosos ante emociones futuras. Pensando en Julio Verne en como acercó la lejanía, miró al sur para decirte  en un viento de retorno que,  París no es inalcanzable.  

sábado, 1 de octubre de 2011

LA TORRE DEL ORO, PRELUDIO

La Torre del Oro, David Roberts 1833 Museo del Prado


   Es Gerómino Giménez (1854-1923) ejemplo de excelencia sinfónica, con el poso y base de la música popular andaluza; nota y compás en un espejo de sentimiento. Aquí junto al gran río francés, trabajo en La Torre del Oro, que me otorga el atrevimiento, para poner pensamientos y percepciones a modo de letra, a este suceder de sensuales notas.



 El amanecer estalla en el sonar de timbales,
azahar fundido, delicados aromas de viento.
La luz, entre cal y ocre majestad del Guadalquivir,
rumores de ondas y azules besos y tormentos

Miradas y suspiros, destellos de hoja verde.
Y susurros de deseo piel amarillo limón.
Sonámbulas ensoñaciones,
puente y puente. Alma y alma,
frondas en jardín de fresco sentido.
De tarde y hojarasca, de cuerda rasgada

Piel de tierra, madrugada aún  lejana,
ritmo de vericueto y romance.
Agonía del día engreído, ignorante en la caída,
rendido a la blanca luna.
Sonar de cante y  lamento de fértil poesía.
Reflejo zambra y reja, amantes húmedos.

Sombra de la torre con duende de oro,
sonar de un torrente mágico en dársena de sueños.
Huele a patio de naranjos y tierra tostada
A paseo por la orilla, a fragor de una caricia.

Entre las piedras las sombras, próximo el día muriendo,
mientras el río enamora atardecer de los sueños,
aguas mirando de frente recuerdo al poeta yerto,
con su voz acariciando aquellos barcos veleros.
Rema el día hacia la noche como reman los suspiros
Entre azahares fundidos, plata de cáliz de viento

Entre luces huye el sol, entre marinos las aguas
entre espléndidos acordes deja el día su semblanza.
Que la noche viene ya, junto a la torre encantada.
Entre cuerdas y timbales, la torre mira a la luna,
que aparece triunfadora y generosa de caricias. 

El día dormido ya. La noche goza de embrujo,
 exige ya sus tributos sus ternuras y esperanzas,
con su manto claroscuro con sus estrellas de plata
La torre mece la noche, mientras esta descuidada,
deja embriagada de amor, que en el compás de un si-re-do
 con un trazo Venus Victrix destelle entre brillos el alba.