viernes, 29 de marzo de 2013

ANOCHE



Siempre tuve la certeza de que lo ocurrido anoche estaba escrito en la bitácora desde nuestro minuto 10. Pasadas las cortesías los mutuos momentos de exploración y sobre todo la gravitación de dos asteroides sobre nuestra corteza emocional, que aunque de diferentes características un día fueron media hora de planeta y ahora eran cuerpos astrales fuera de rumbo.

Uno porque gravitaba sin rumbo entre los sonetos del Universo y el otro porque a fuerza de enviciar su órbita ya no se sabía si era un asteroide o un compendio de polvo cósmico – más polvo que cósmico- y nosotros aquellos que pueden arder en fuegos impensables.

La piel y el deseo juntos en un suelo de magia donde cada beso y cada susurro son un color diferente del que se sabe su llegada pero cuando está delante es totalmente distinto a como se imaginaba, distinto y más bello. Las palabras son caricias, las caricias son música y Beethoven es un maestro de ceremonias exquisito para algo tan sencillo como es amarse, amarse desde el minuto diez, desde un leve viento de frío mesetario que entra por mi espalda y me hace levitar en los deseos en las magias y en los paisajes imposibles. Es una copa cálida como de cristal sonoro cuyos sorbos son simplemente armonía, entrelazando notas y acordes que hacen que los golpes de percusión exciten más el momento.

Todo ese recorrido no por sabido no deja de excitar más el ambiente, yo que como el Tenorio a los claustros subí y a los infiernos bajé, no quise dejar anoche más impronta que la de un beso, la de un suspiro y la de poner mis oídos a tus gemidos y respiraciones, a tu despertar, a tu triunfo en ese cuerpo deseado, mi piel brillando para tu triunfo para tu torrente de amor para tu mirada de deseo, encendida porque cuando el alma dicta los pasajes del amor estos activan el tañer de los deseos como campanadas de libertad y compás.

Ese compás con el que el placer máximo llego como una manada de desbocados momentos y recuerdos, de placeres contenidos que comenzaron a fluir y lo hicieron con gritos y alegrías, con los ojos en blanco y la iluminación adecuada, la ciudad de la luz anoche tenía una luz oportuna para un momento deseado.

El deseo es una montaña que pese a su riesgo escalamos una y otra vez, el deseo son flores de pétalos rojos en octubre y hielo añil en primavera, nada hay imposible, ya lo dijo ese sabio adolescente tildado de escritor fetiche y consagrado campeón en las canastas urbanaas, hay un camino a París pero tu pensamiento está en otro lado donde los vientos son fríos pero te son conocidos y donde el calor es aquello que puede acomodar tú corazón.

Anoche conocí las fronteras de la magia, y el paraíso terrenal ese del que no puedo salir, soy feliz porque aquí no hay árbol de la ciencia, ni serpiente, estoy yo desnudo, mi piel brilla, mis ojos se calman, sigo desnudo, siempre desnudo, porque mi desnudez es el regalo, es el momento y sobre todo es la palabra. Estoy desnudo fruto de una hipnosis, pero bendita a la que yo desde el minuto 10 decidí entregarme, ahora la gravitación es otra, no hay nubarrones, hay fronteras, espacios que nunca traspasaremos, pero en las futuras historias yo seré y tú serás y entre nubes de algodón seremos los dos, sin asteroides de la sapiencia ni el polvo endémico. Solo un deseo, seguir en ese paraíso, tumbado desnudo, con mi piel brillando y una dulce torrija que une nuestras bocas.


sábado, 16 de marzo de 2013

Vértices de presente y futuro



Todavía recuerda el juego caprichoso de las sombras que incidían en aquellas piedras que pavimentaban la Rue de Chabrol, habíamos coincidido tantas veces en la puerta de aquella iglesia donde el neoclasicismo que rezumaba en paramentos y  respiración agotaba, por que el querer muchas veces no es poder. Nuestras miradas se cruzaban desde mi perspectiva como quien mira la entrada con intención de cruzar el umbral y desde la suya como aquel que de tanto ver rostros desfilando en la entrada y la salida ha caído en la rutina de quien ha fuerza de ver la noche no recuerda ya el día.

La Iglesia de San Vincent de Paul guarda la esencia con la que lo francés se coloca la plumas y el boato para gritar al mundo sus cinco republicas y sus doscientos años de revista, sin olvidar a Offenbach muy alemán pero otra de las virtudes interesadas francesas es precisamente esa: Hacer francés a todo el mundo, sea de Francia o natural de Murcia. La Iglesia de San Vicente de Paul y su neoclasicismo dieciochesco su acústica imperial y su mármol blanco en el panteón que todo político de baja estopa quisiera tener, es la escenificación de esa Iglesia institucional, jerárquica, de reposo y olla, de “coma yo caliente” ¿Y la gente ¿ ese nunca será su problema.

El concierto previsto en San Vincent de Paul era coral, una coral de Chartres, voces con experiencia y un repertorio del barroco franco-alemán cuyas expectativas se percibían entre el número -no modesto- de gentes de la música. Allí presentes estábamos todos, los que llegamos, los que estaban, los que no se quitan ni con agua caliente, los modestos, los engreídos y sobre todo en la puerta, seguía él.

Lejos estaba aquellos tiempos, probablemente su cabeza, sus pensamientos estaban en aquel salón, donde se hablaba de líneas, de párrafos, de las aportaciones de García Márquez a la literatura actual, de esas delicadas palabras con las que Borges alentaba al mundo a mirar cielos infinitos, eso tiempos en los que despertó admiración y envidia, en los que estar sentado a la derecha de de aquel pseudo-Julius Fucik le hacía pensar que pronto el mundo estaría a sus pies, que había merecido la pena pasar esas necesidades y haber dejado tantas almas en el camino.

Pronto Academias y cenáculos caerían rendidos al quien era capaz de hablar de Platón y Espronceda con la misma naturalidad que poner en su sitio a necios supra-valorados como Raval o Pnofsky. En suma lejana estaba esa aldea natal que en realidad era una ciudad de corte medio en la parte más oriental del país de los  ladrones, la infamia y la multiculturalidad que unos esgrimían como carta de avaricia y otros no comprendían y atacaban con inquina.

Sabido es que treinta años no son nada, así ha quedado desde el tango y eso debimos decir en el instante que volvieron a cruzarse nuestras miradas con fijación y quizás con más tiempo, ambos sabíamos que tras aquellos instantes todo volvería a su mundo real, que el amanecer traería de nuevo el estatus de cada uno, que aunque en esta historia yo no tenga edad, si la tenia y seguía siendo la misma, mientras la suya era indeterminada y ajada, el nuevo día sin embargo  nos devolvería a la escenografía habitual, la mía llena de ansiedades indeterminadas y la suya llena de palabras cada vez más escasas de contenido y carentes de poseer un hormigón capaz de construir  un futuro mediano. Una vez cruce el umbral de Saint Vincent de Paul, pensé en los jardines de Bagatelle, en mi calle Corvisant a la que tanto añoro y en Tchaicovsky y me di cuenta que de todo lo que más miedo me daba era que ese día hubiera sido para siempre y que aquella mirada fuera el futuro que te aguarda. Un futuro sin concreciones sin  proyectos y sin espíritu de lucha, un futuro de fachada débil y de egos inconsistentes. Cerré los ojos y la voces del concierto me llevaron a otro plano de paisajes y ensoñaciones, de rostros y conversaciones, de recuerdos que la plata del tiempo va cubriendo y esperé que el amanecer te devolviera aquel sentir, soñar y sobre todo CURRAR.

domingo, 3 de marzo de 2013

Entre pausas de respiración



Entre pausas de respiración,
envuelto de sudor y sábanas.
Preso de noches sin estrellas
sin mirada ni paisaje
llega Marzo somnoliento.
Pleno de cuentas pendientes,
con pentagramas vacíos.
Con acordes parvos , sordos
Y bemoles cenicientos

Entre pausas de respiración.
Danza la vida y la muerte,
danza la calle y el cielo
a fuerza de irrespirable
a fuerza de lejanía

Y viendo a Sigfrido en penumbra
soñé lo que ya soy
aunque ninguno lo entienda.
Y soñé como Sigfrido
en estados lisonjeros
en pasados de algodón
en noches de rumor y cuerda.

Entre pausas de respiración.
Soñé ese sur de caricias imposibles
de palabras en la noche,
barba cerrada y paño de poesía
ansiedad, verso y caricia.
De la imposible cama
a la bella sintonía
de la distancia lejana.

Entre pausas de respiración,
sonaba Ravel en mi piel
y tu sur en mi alma perdida