domingo, 28 de octubre de 2012

Un telón, un tatuaje y una despedida




Una vez pensé que eras parte de La Boheme, me gustaba esa forma tan desastrada de recorrer las calles, ese culto disimulado al aspecto, ese secreto al escribir sobre lo bello y la entraña. Eras un personaje más de esa bohemia que deambulaba por las calles sin un norte que por indolente te era innecesario, eras de otra orilla y eso me gustaba, como también me gustaba compartir tu secreto con el DO de pecho de aquel tenor que se esforzaba en pasar de los coros del Barberillo de Lavapiés a una oportunidad en Andrea Chénier.

En el fondo ambos sabíamos que el foso era un rio que separaba la orilla del público de la del escenario, la orilla plena de miradas y emociones, de la orilla plena de gestos y sueños imposibles, hubo noches que compartimos el más puro verismo alternando a Camarón o a Zenet a Lorca con Vivaldi, noches de secretos y suplicas, de miradas y caricias de penas y glorias.

Momentos sumergidos en claroscuros donde Pilar Lorengar cantaba Quando me'n vo y una niebla de colores recorría la habitación, mirando una luna blanca que se reflejaba en las cristalinas aguas de esa gran vena que nos unía. Siempre pensé que formabas parte del reparto de La Boheme, más si cabe aquellas noches de saladas donde te sentías un saco de boxeo, donde preveías un final a una historia que quisiste que fuera de menta y rosa y que acababa por golpearte una y otra vez. Yo te veía con claridad caminar por las calles de La Boheme, mirando tus folios mal ordenados, tus caricias escritas con tinta sepia de ordenador tú súplica a las estrellas.

Incluso con aquellas llamadas de socorro donde los primeros acordes de una furtiva lágrima me enseñaban que volvíamos a principios donde el dolor y la pena nos llenaban, donde la distancia hacía imposible tenderte esa mano que suplicante pedía salir de la escena equivocada.

Y una noche de primavera traicionera rompiste el libreto de La Boheme y elegiste el camino de la tortura, elegiste el sin-retorno como quien se juramenta ante el mismo príncipe de las tinieblas para servirle por toda la eternidad, pero este no era príncipe, ni siquiera sus tinieblas gozaban de calidad alguna, era el mal por el mal, el mal sin inteligencia era el descredito del mal por ausencia total de neuronas; gritabas, te retorcías pero era la prisión en la que habías caído buscando el auténtico infierno, indudablemente un sitio con más caché que donde tú te encontrabas.

Quisiste alternar La Boheme con la más burda de las verbenas de barrio y perdiste, como el que pierde un norte que solo se conquista a base de sinceridad, tú que tanto sabes de opciones elegiste la imposible, todo eso después de meses de martillearme con la conveniencia de adoptar una parte de tú sufrimiento para darle calor en esta ciudad llena de amor de cartón y champagne. De todas las posibilidades sin duda esta era la menos mala comparada con la negación y sufrimiento de la brutalidad  que te infringía quien no sabe que Ópera es mucho más que una estación de metro.

Creo que hubiera firmado donde hubiera sido necesario para consagrarte como el Rodolfo de La Boheme, curiosamente yo que tanto discuto a Puccini, pero es difícil ser poeta si se busca y no se encuentra si hasta los besos de cierzo se abandonan en un cálido verano, antes fueron abandonados otros besos de mesetas y barrancos de carbón lejanos, quizás porque Rodolfo confundía la buena voluntad con lo voluntarioso, es posible que estemos en ese mismo dilema.

 Al final, como en tantas Óperas el telón pone punto y final a las trayectorias, me queda la duda de cuantos aplausos, me queda la duda de si al final fue Pilar Lorengar quien interpretaba Quando me'n vo o era Angela Gheorghiu. Una vez pensé que eras parte de La Boheme y hasta hace muy poco apostaba por Rodolfo, pero ya no. Me han convencido las verbenas populares tu adicción a la R de rudimentario y los cubatas de garrafa, también los whatsApp ajenos que no los propios.

Como era de esperar cayó el telón una tarde de verano, preguntando por Rodolfo y una plaza llena colchonetas con insoportables niños saltando, tu cara deformada -y mira que te dije que le hicieras ver que Ópera era mucho más que una estación de Metro-  tu mirada perdida, una música de feria y tu tatuaje asomando por el cuello de tu camiseta de rayas horizontales, diré que tampoco me entusiasmaron tus zapatillas rojas.





                            

domingo, 7 de octubre de 2012

¿Por qué te busco?


Romanza de Rosa, Los Claveles (1929) Zaruela en un acto múscia de José Serrano, Concierto Europa, Teresa Berganza 1993.



Era mi segunda visita al conservatorio, desde la primera solo han transcurrido dos días, y hoy seguía formulando la misma pregunta ¿Por qué? Me he cruzado París por los subterráneos, he entrado en el recinto con una ansiedad fuera de lo común, desencajado como si tras cruzar el umbral de esta puerta pudiera verlo, encontrar todas las respuestas; anoche reflexione mientras leía a Camus era una de esas noches donde mi cabeza va de lo indolente a un ramillete de penumbras de las que esperas la luz ¿Me estoy volviendo loco? ¿Mi obsesión me lleva en caminos entrecruzados entre la rabia y la locura? Me siento, busco el sosiego yo que apuesto por él en cada línea, en cada frase, buscando la perfección en un mundo que sigue desangrándose en locuras lejanas ausente de rumbos donde el saber y el leer son la metamorfosis perfecta.

He cruzado la ciudad entera y estoy aquí, anoche leía a Camus, luego unos párrafos de Borges y mis pensamientos apostaban equilibrio y ahora estoy aquí, con las piernas temblando, con la zozobra de mi carne en pleno compás, estoy aquí por segunda vez en dos días ¿Por qué te busco? Me he abandonado en la quimera, soy consciente de que las alcantarillas empiezan a estar plenamente abiertas para mí. No conozco a nadie, tan cerca de la música brillante y no conozco a nadie, no lo conozco y llevo dos días viniendo aquí, esperando que en cualquier momento una mirada un sonido abran la bella caja de los sueños, no sé si tengo una caja de los sueños o es la caja de los odios y las desesperanzas, quizás soy un Rimbaud, un hombre de llagas de sal en busca de un fuego que puede quemarme ¿Cómo he llegado a este momento en el que me abandono al fuego incierto? He cruzado París y tan solo hace dos días que ya estuve aquí.

Mi mirada empieza a perderse en esos pasillos, en esas filas de gente sin orden con un instrumento enfundado colgado en su espalda, entre personas de edades diversas, leños de un fuego que sé que puede quemarme, que quiero que me calcine; de repente un pasillo blanco, modernas esculturas, ansiedad, fuego, temblor ¿Por qué llevo dos días viniendo aquí? Me siento mal, me siento derrotado, mi mente zozobra, sí, ansiedad fuego, temblor; un tímido rayo de sol, de este sol parisino lleno de incertidumbres, bullicio, como si las notas musicales guardaran aquello que es vértice de mi intriga, de mi obsesión.

Esta es mi segunda visita en dos días, estoy en el pasillo blanco con los tímidos rayos de sol, temblor y una voz que acrecienta ese temblor, una voz suave dulce de mujer, una voz en perfecto castellano, una voz que percibo próxima, templada y serena, levanto la cabeza ¿Es la señal que persigo en cada visita? ¿Es la miga de pan en el camino del fuego? Ansiedad y temblor, noto como la piel se me eriza; serenidad y la mujer habla. Estimo que son unos 25 años, con sobrepeso, acento andaluz o tal vez canario ¿Por qué no lo descifro? Tan solo hace dos días que viene por primera vez, este pasillo me ahoga, un banco, el sol se esconde me siento, escucho.

La mujer habla, palabras que percibo propias de ese pasillo de ese lugar, calentar, concierto, voz, no templo mis nervios, no templo mi ansiedad, se pasea y habla, escucho palabras propias, clave, nota, Bartoli. Se despide: “Sigo con el ensayo ya sabes que es muy exigente se nota que es violinista”.

Me pongo de pie, nervios, fuego, temblor ¿Por qué te busco? La puerta está abierta, es una sala grande, hay butacas, hay personas sentadas en la primera fila, diez, veinte, treinta. Es mi segunda visita y desde la primera solo han pasado dos días. Un escenario, muchos músicos. Toman asiento, hay desorden, mi cuerpo tiene desorden, una chica se acerca “s'asseoir s'il vous plaît” estoy aturdido y me siento es la quinta fila o la sexta, no sé si hay diez o veinte o treinta personas en la primera fila sentadas; ahora más zozobra, más temblor, más fuego.

Los músicos están sentados, mi mirada sigue perdida en un infinito, yo no soy yo, mi yo racional entra en el descredito de lo indefinido, anoche leía a Camus y hoy de nuevo aquí y solo han trascurrido dos día desde que vine aquí por primera vez. Los músicos están colocados, hay murmullos, notas sueltas la mujer del teléfono emite sonidos, se prepara para cantar, ansiedad, fuego y temblor y una sensación de haberme convertido en aquello que más odio, un individuo plano.

Silencio, zozobra, no se sí hay diez personas sentadas en la primera fila o veinte o treinta, pero una voz retumba en la sala, una voz joven, grave un conjunto de palabras rotundas, en francés y en español. Supe que era él, estaba sentado en una silla alta, frente al atril, frente a los músicos, a su izquierda la mujer que cantaba, su espalda era todo lo que podía ver, instruía, señalaba, hacía gestos con las manos y seguía sentado, escuche su voz, me pareció distinta por el tono, escuche palabras propias del lugar, acorde, compás, entrada, Serrano, clarinete.

De repente silencio, su mano derecha levantada, su izquierda señala a la mujer del teléfono a la mujer que canta, y de repente, ansiedad, fuego, temblor, yo que anoche leía a Camus, yo que zozobro me veo ahora envuelto en más rubor, la orquesta suena y él permanece sentado, señalando, indicando, la mujer comienza a cantar, en español, no me centro, no me suena, es la segunda vez que estoy aquí y tan solo han pasado dos días desde mi primera visita, la melodía me envuelve, sabido es que me gusta la Ópera, la mujer canta maravillosamente, mis ojos siguen en las manos que dirigen y señalan, sentado en una silla alta, suena un oboe, creo que es un oboe, no lo sé y se pone en pie, la mujer arranca lo profundo de su garganta y escucho con nitidez entre la zozobra de mi alma “maldito sea mi sino maldita sea mi suerte porque te vi en mi camino y llegué a quererte”.

Estoy sentado nervios, fuego, temblor ¿Por qué te busco? Timbales, termina la música la mujer sube su voz de forma estremecedora, silencio, palabras en francés y en español, no sé si hay diez o veinte o treinta personas en la primera fila, hablan, ansiedad, fuego, temblor, estoy aturdido expectante, se da la vuelta, sabía que era él, siempre lo supe, lo miro; su ojos, esos ojos aguamarina, esos ojos distintos, siempre supe que tenía esa voz, siempre supe que estabas aquí. He cruzado la ciudad entera y estoy aquí, ansiedad, fuego, temblor ¿Por qué te busco?