Sería recurrente entrar en esa
percepción sobre que los años pasan, quizás yo estoy últimamente tan vago, que
prefiero sentarme en el precipicio de mi vida, y sabiendo cómo soy que los años
pasen, en suma dejar que pasen. Acabo de conocer a dos personas curiosas –son hermanos-
ha sido un contacto visual, sin palabras, simplemente miradas, pensamientos y
percepciones, al menos por mi parte que soy el que está escribiendo esto. Estas
personas como acabo de decir son hermanos, él blanco de piel ella más morena pero reconozco que a
estas alturas la intensidad de la piel es lo menos interesante, puede sonar
fuera de contexto si digo que lo de la piel a mi me ha importado siempre una
castaña (diré mierda entre paréntesis que queda más mejor y sí he dicho más
mejor a propósito) una mente es una mente independientemente del color de su
piel, esto no por evidente no deja de ser bueno recordarlo.
Hace un año a las puertas de
Febrero mi mundo se tambaleaba en terremotos emocionales, en penumbras mentales
y en miedos casi absolutos. Un año después y como si de un Barco que ha
superado la peor de las tempestades estoy en esa fase en la que las sonrisas
son más habituales en mí que las tristezas y los ceños fruncidos, aunque hay un
amigo que siempre me dice que con el ceño fruncido le recuerdo a Daniel el
travieso, demasiada televisión y demasiado cine anglosajón pero esa es mi
opinión con la que no todos deberéis estar de acuerdo y así el mundo es mundo.
Hoy voy de aeropuerto en
aeropuerto, por eso me pongo a escribir, porque las esperas sin hacer algo que
me concentre mínimamente me desesperan, he leído un rato, luego de ojear la
prensa por internet, he decidido que lo mejor que podía hacer era escribir,
probablemente sin mucho sentido, y digo esto porque no tengo una necesidad de
sacar nada de dentro, de plasmar en negro sobre blanco una depresión de las
intensas, simplemente he conocido a dos personas, ni siquiera he hablado con
ellas, habrá tiempo ¡Claro! La vida es una sucesión de tiempos y nosotros los
especialistas en perderlo, muchas veces pienso que yo no pierdo el tiempo, pero
no es cierto pierdo el tiempo como muchos derrochadores de tiempo.
Ayer me estaba acordando de de
cuando me sentaba horas a contemplar el gran río, quizás tampoco eran horas, simplemente
era un ratico y a mí me parecían horas, recuerdo que con 12 años una vez conocí
a un chaval que tendría 10 y que estaba también mirando el río como yo, poco a
poco se acercó y estuvimos hablando un rato, me dijo que vivía en El Arrabal y
que se llamaba Antonio, no estudiaba música y me confesó que no tenía muchos
amigos porque el colegio donde iba no estaba cerca de su casa y los amigos del
colegio no se desplazaban tan lejos ya que todos ellos si eran de la zona y por
tanto jugaban entre ellos. Antonio lo que realmente le gustaba era el futbol y
no entendía que yo no fuera del Zaragoza siendo que era un equipo de primera y
el Teruel por aquella época andaba por tercera división (a donde me temo que
vamos sin remisión este año) se lo intenté explicar pero no lo entendía y llegué a la conclusión que no
debía perder el tiempo con el futbol. Pero disfruté mucho sentado con Antonio
contemplando el río, hablando de esas cosas que hablan dos chavales de 12 y 10
años, varias veces después coincidimos y un día debimos cambiar los horarios de
visita al río y ya nunca más volvimos a vernos.
Ayer domingo día 13, entramos a
tomar un café en una cafetería, la mañana era fría, ya se sabe Enero y
Zaragoza, cierzo, humedad y mañana la perfecta combinación para que la piel se
estire los huesos se hielen y el cuerpo pida algo caliente. Mi hermano mayor
tenía ojeras las propias de haber vivido 24 horas de intensidad emocional, mi
padre no porque las intensidades emocionales las administra muy bien, de mayor
quiero ser como él. Entramos nos sentamos y vino el camarero, café con leche
para los tres y como yo tenía hambre (para variar) un par de tostadas con
mantequilla.
El camarero me dijo que si quería
miel también y le dije que sí, clavamos la mirada, porque para ambos había algo
que nos resultaba familiar, podría ser eso que mi abuela dice con tanta gracia
de: “En que película fue aquello de la chica que tenía la ropa interior en el
refrigerador” ya se sabe los doblajes mejicanos no le llaman nevera. Pero no era una cuestión de que la tentación
viviera arriba, ni evidentemente pasaba por aquella cafetería Marilyn, todo más
sencillo -el camarero era Antonio- ciertamente un Antonio al que el metabolismo
le había dejado a su suerte, muchas más tallas de pantalón y el pelo muy corto
le conferían una cara más llena, la piel reluciente y de altura pues mediana.
Durante un rato dudé, pero sí, era
él y él pensó lo mismo en sus adentros debió decir “si es él”, como cambia el
cuento en 10 años, es curioso cuando mirábamos el río tenía esos mismos años,
como la conversación entre mi hermano y mi padre era monotemática, decidí tirar
el carro por el pedregal (gran frase de coloquial lenguaje aragonés) y directamente
dije aquello de: “Antonio verdad” el con la misma rotundidad dijo sí, en
realidad ambos nos habíamos reconocido, los minutos siguientes fueron de
cortesía de preguntarnos qué tal la vida y de desearnos suerte ¡mucha suerte! Al
salir de la cafetería un apretón de manos y de nuevo, el cierzo la humedad y la
mañana, no hacía ni un día -es curioso- que
había conocido a dos personas muy importantes en los tiempos que han de venir y
me reencontraba con alguien que los vericuetos de mi memoria habían olvidado
por completo y el agua sigue plácidamente discurriendo por el gran río, recogiendo
pensamientos y llevando sueños al mar.