Esa calle Mayor cada vez más
vetusta y ajada, era el recorrido que acompasaba desde hacia tanto tiempo que
nadie recordaba si aquellos visillos tras los que la mirada y el deseo se
escondían siempre fueron amarillos o es el sol, quien a fuerza de brillos los
había teñido de tiempo y arruga.
La mayoría de las veces, los
murmullos se incrementaban a su paso, las miradas se clavaban en su faz y en su
ropa, las gentes imaginaban y esforzaban pensamientos sin que ninguna de las
opiniones comprendiera aquello que abril tiene de conjuro, muchas veces porque
los tiempos se acaban convirtiendo en muros tan estancos, que lo que siempre
fue invierno ya nadie recuerda que tuvo una primavera, tal vez porque en
realidad nunca fue invierno y porque el viento ebrio de ensueños hizo que se
olvidara que la lluvia y las flores adornaron un día lo que siempre se pensó
que era tumba y luz tenue.
Cada día la calle era un transcurrir imposible, cada día la calle era una página nueva, de una historia
que a fuerza de tacto longevo acababa teniendo un final. Cada día un argumento
nuevo cada mes, y miles de melancolías indescifrables llenas de eternidad. Los
aconteceres se suceden cuando hay deseo y se quiere el deseo, pero en realidad
¿Qué es el deseo? No sé si una historia nueva o tal vez una flor marchita de la
que uno intenta recordar aquel nimio momento de fragancia y capturar aquel rayo
despistado de un sol que en Abril es una veladura intima pero no cegadora.
A fuerza que las historias
cambien por capricho y desinterés se pierde la importancia que la caída de una
mirada tiene en un latido. Una barba blanca que no es pintada, una mejilla que
fue rosada y que tuvo en abril esa humedad de tierra mojada y ese respirar de
alma solitaria, porque Abril es una caja de madera de sabina con aroma de vida,
con captura de bosque, con alma de eternidad.
La calle sigue mirando, las
ventanas siguen soñando y el caminar por los adoquines grises de piedra de
Calatorao, con zapatos de suela desgastada se torna cansado, abril es implacable
con las historias y sin embargo parece dejar caricias en cada gota de lluvia en
cada viento de medido día, pero la calle Mayor es umbría y el paso ya no se
acelera. Abril fue un lejos que ahora no puede recordarse porque en realidad
todos miran el invierno. Todos hablan pero nadie ha visto esos ojos mirando al
desafío de una piel, ni siquiera el desafío de un alma. Solo resta un caminar
como cada día, con esos visillos que resisten como él resiste las miradas los
murmullos y las desgarradoras historias que cada uno sufre en propias carnes
pero no reconoce e intenta trasladarlas al paso de esos zapatos con su suela
esmerada, con aquellos adoquines ahora secos por el viento de abril.
Y nadie sabe ni sabrá, que hubo
unos muros de rosas rojas que escalar, que una mejilla sonrosada recibió todos
los rayos de un sol de Abril, entre palabras y caricias, entre acordes de una
primavera que ni el olvido de la calle mayor consiguió hacer invierno en ese
cuarto del alma donde millones de pétalos al viento tornan el gris en luz. Hubo
un abril de visillos blancos y miradas limpias, un caminar de elegancia y pies
desnudos un sentir que sumado a otros balbuceaban una sonrisa tornada en espejo
de unas mejillas sonrosadas, dulces ebrias de ensoñaciones dispersas y de islas
de lágrimas de felicidad.
Lo que hoy es caminar de tedio un
día fue pulsión de clavel rojo, una emoción violeta y un festín donde los
espectros eran mariposas que anunciaban un olor a verano que se presumía en los
horizontes de una dermis excitada.
Una calle un libro y una mirada,
un caminar un tedio y una mejilla y al final abril, con viento, con la
elegancia de una lluvia convertida en canción de amor, con el paso evocando
esos firmes deseos, esa caricia donde la amargura aún no está escrita. La calle
llega a su fin los murmullos se incrementan, las miradas se distraen y el
viento recuerda que la humedad aun es la atmosfera presente. El caminante
descansa, ahora la calle se ilumina porque los murmullos y las miradas son
amarguras ajenas, los visillos son barrotes que aprisionan las miradas vacías y
porque los grises adoquines no impiden vislumbrar que un clavel proyecta su
sombra en un mejilla que tras un muro de
rosas rojas fue abril y no, noviembre.