Una vez le dije a una persona que
quiero mucho, que la música es como una niebla de colores, cada color es una
nota que te acaricia, y por eso cuando te pierdes en la niebla te pierdes en un
bello laberinto de caricias, por eso cuando la melancolía hace que te sientes
en el rincón de tu casa, te recojas sobre las rodillas y piensen donde te
gustaría estar en ese momento, que es en mitad de la niebla, siempre viene a mi
memoria Puccini.
Por eso estos acordes son como
una niebla, de deseos, de recuerdos, de colores en suma que hacen millones de
caricias, suaves como una yema que arde y respira bajo cero, como una piel que
a fuerza de ser piel se olvido del sol o la noche, del frío y el calor, se
olvidó de mis manos y mis suspiros.
La niebla puede venir llena de
Puccini, los colores pueden ser de Verdi, pero también tiene un purpura de
Berlioz y como no un trino de segundas llenas de Amadeus, aunque los miedos
vienen siempre precedidos con la reina de la noche. Hoy y ayer los míos están
llenos de trémolos wagnerianos, quizás porque
El Holandés errante me hace sentir tan pequeño…….
La niebla persiste y llega la
noche y entonces el infierno quiere tener su propia niebla con acordes de Carmina
Burana, con gargantas llenas de graves como si de misas ortodoxas se tratara,
unos compases de niebla en grises mientras los timbales se tornan en rayos de
tormenta, niebla agua, cuerda y arpa.
Al final la armonía de la niebla,
suave, a la par cálida y tersa, con un torrente imaginario que también tiene
color, como un cristal empañado que te recuerda la infancia, las manos de tu
madre, también cálidas y también fuertes y a tu mente vuelve Puccini, vuelve la
Madame Butterfly de la melancolía del aliento y el suspiro, vuelve y te llena y
te hace recordar esa tarde que la niebla envuelve la salida de clase, con la
funda del violín y tu madre que agarra fuerte con el color de un beso en mitad
de una niebla que siempre tiene color.
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