Mi arquitectura se ha construido con
miles de notas adheridas, llenas de sinsentidos y plenas de borrones, poco a
poco han ido configurando un plano urbano donde no se sabe bien donde comienza
la construcción y donde acaba el derribo.
Son papeles con anotaciones que al paso de los años han
ido configurando un tempo donde nada es recuerdo y casi nada futuro.
Siempre hay una certeza, un mezcla suave de ego y vanidad,
que acompaña actos y desarrolla facetas; en esencia somos eso y muchas más
cosas, yo que soy un ferviente creyente en las catarsis y en las necesidades
que la mente tiene de ponerse en el precipicio para hacer conjugaciones de la
vida, pienso que la tendencia a equivocarse es porcentual al miedo para
afrontar retos.
Me equivoco al cambiar sofistas por ladrillos, me equivoco al
intentar escribir pentagramas en hormigón, me equivoco al pensar que la acústica
me acabará meciendo en sueños donde todo será armonía y donde todo será
plástica feliz. Y con tanto destello no dejo de equivocarme, esos años en los
que te equivocas pero asumes cual caballero romántico tu falta y decides
casarte con aquello que ha sido motivo de tal equivocación. Descubres sin
embargo que una vez el lecho es común tu error es losa y cadena que no puedes
de ninguna manera hacer perpetua, lo mejor de lo mejorable es que para algo
están las neuronas, siempre listas como la última bala de una mala película de
oeste (nunca me han gustado las pelis de indios y vaqueros y en la trama
siempre iba a favor de los indios) al menos nadie se equivoco regalándome lLa
Diligencia.
Una mañana llagas a un tablón de anuncios y ante ti hay un recorrido final, piensas en las noches en las que has gritado a los cuatro vientos tu dolor, tu amargura por aquella decisión de caballero romántico, piensas poco, porque en estos casos no trabaja el cerebro con celeridad al menos no con la suficiente. En la vida el presente suele ser una bombilla de 60 watios suficiente para leer una nota pero escasa para poder disfrutar de La conjura de los necios.
La mirada recorre aulas pasillos y ventanales, se acaba ese
universo grande o pequeño, perfecto o expandible pero universo, que arranca en
aquellos pre-fabricados evocadores de aluminosis y tintados por el aliento del
mediterráneo y pone su epitafio en estos deslumbrantes y futuribles artefactos
entre tonalidades de gris plomizo en el cielo y martilleos fraguados por el
mismo Haussmann. Se abre la puerta y espera Junio el concierto de anclajes y
zunchos, pero ante ese la música la he escrito yo. Sin miedo delante de folios
pulcros como algodón toca desgranar y sentirse por primera vez Arquitecto
No hay comentarios:
Publicar un comentario