viernes, 9 de noviembre de 2012

A mí tía María Francisca, de su Diego


Aquel lunes Paquitín salió a la calle esplendida, era ese lunes tan deseado, un lunes principio del retorno a las buenas costumbres y al decoro, todo esto bullía en la cabeza de Paquitin. Una mujer de 57 años, de sólidos cardados, maquillaje oportuno y fiel creyente como todas las creyentes de su grupo de amigas, más de boquilla que otra cosa.

Y es que para Paquítn, la nueva etapa que se abría -definición que había escuchado por boca de su marido- le ilusionaba, era fácil de ilusionar Paquítn, había nacido en la vetusta ciudad de provincias y allí había estudiado con las monjas terciarias capuchinas de San Francisco. De aquella etapa los recuerdos no le son muy agradables, puesto que como ella decía constantemente, en la juventud se cometen errores ¡Menos mal! que siempre está la mano del Señor para salvar a un alma buena –la suya- del camino del mal.

Los errores a los que se refiere Paquitin, se corresponden a que durante su bachillerato mantuvo un noviazgo con un chico de la sierra, que estudiaba magisterio, en aquella época los maestros estaban mal vistos –poco sueldo- este tenía porte era guapo, instruido eso le llamaba la atención a Paquitín, por cierto de nombre María Francisca Ramo Maícas, pero desde pequeña le llamaban Paqutín,  quizás eso es lo que le tuvo que explicar a Ramiro su novio serrano cuando lo conoció estudiando segundo de bachiller en las admiradas monjas terciarias.

La familia de Paquitín no es que perteneciera al perfil más pudiente de la vetusta ciudad de provincias, de hecho su padre era ferroviario y su madre, dedicada a sus labores, había trabajado en la fonda de la estación sirviendo comidas. En la actualidad, Paquitin nunca menciona el pasado laboral de su padre, al que en algunos círculos de damas católicas había presentado de palabra como gerente de la Renfe y administrador de las estaciones de la línea de la Puebla de Hijar a Tortosa, cerrada en los años setenta. En fin, que el señor padre de Paquitin, en realidad se jubiló cambiando agujas en la estación de Caparrates y con gran contento, porque según se ha sabido, adoraba la naturaleza y sobre todo tenía afición a su huerto, que estaba justo detrás de la ínfima estación y eran incluso muy afamados en la vetusta ciudad de provincias sus cardos de nochebuena, que enterraba con oficio, para que las primeras heladas del invierno no los perdiera.

Así fueron pasando los años, y un buen día Paquitín conoció en una fiesta popular a Bernardo, dos años mayor que ella y estudiante de farmacia en Valencia, se daba la circunstancia de que el padre de Bernardo era el boticario de la calle Juan Bautista, por tanto cuando el chico acabara sus estudios se incorporaría a la Farmacia paterna, que a su vez ya poseía su abuelo también como él y su padre al igual Bernardo de nombre. Fue conocer al boticario y Paquitin, plantó a Ramiro y eso que de percha este era más buen mozo, ya que Bernardo era bajito y grueso y con unas gafas de graduación impresionante.

Y años más tarde Paquitín se convirtió en la boticaria y madre de un único vástago, de nuevo un Bernardo también boticario como su padre, abuelo y bisabuelo.  Es por eso que ese lunes para Paquitín era especial, todo volvía a la rectitud deseada, comentó con varias amigas de café con leche lo bueno que iba a ser todo a partir de ahora, lo primero que dijo es que era partidaria de que esos melenudos de la plaza fueran desalojados, que era una vergüenza para la ciudad, así como esa cantidad de mendigos que están en la calle Juan Bautista delante de su farmacia -que los detengan- afirmaba sin titubeos. La boticaria no entendía de mercados ni de agencias de calificación pero para ella, lo que había que hacer es echar a todos los inmigrantes y las mujeres a casa a sus labores, le insistía a su amiga Cuca soltera y digna, aunque las malas lenguas decían que estaba soltera porque para ella conde o nada y claro “condenada”.

Era el comienzo de una etapa gloriosa, de buenas costumbres, de respeto y calles limpias de muchachos y muchachas con decoro, como su Bernardo, ejemplo para la sociedad de buen chico y rectitud, y aunque a sus 30 años permanece sin novia, Paqutín no se preocupa, porque ahora se va todos los fines de semana a practicar deporte, así se lo cuenta a sus amigas sonriente; como no hay instalaciones en la vetusta ciudad de provincias, acordes con lo que Bernardo hace por culpa de los rojos, pues se va con unos amigos muy finos y educados de Valencia y hacen deporte en lo que ellos llaman la Sauna y es normal que se distraiga ha estado muy vinculado a la campaña y ahora toca relajarse. Y Paqutín dice que como madre solo desea la felicidad de su hijo, ya llegará esa chica buena educada y señora de su casa, sus amigas la miran con mueca y ella la comparte porque piensa que todas se alegran que la sociedad se ha alejado del camino torcido y viene una etapa de misa, procesiones y mano dura con los melenudos, los rojos y los inmigrantes. Termina el café con leche, vuelve a casa y como cada día mira en silencio unos minutos la verja del colegio Pierres Vedel.


 De la inserció d'aquest vídeo tot el merito li correspon a mi millor amic Àngel, ¡Gracies!



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