Aquel lunes Paquitín salió a la
calle esplendida, era ese lunes tan deseado, un lunes principio del retorno a
las buenas costumbres y al decoro, todo esto bullía en la cabeza de Paquitin. Una
mujer de 57 años, de sólidos cardados, maquillaje oportuno y fiel creyente como
todas las creyentes de su grupo de amigas, más de boquilla que otra cosa.
Y es que para Paquítn, la nueva
etapa que se abría -definición que había escuchado por boca de su marido- le
ilusionaba, era fácil de ilusionar Paquítn, había nacido en la vetusta ciudad
de provincias y allí había estudiado con las monjas terciarias capuchinas de
San Francisco. De aquella etapa los recuerdos no le son muy agradables, puesto
que como ella decía constantemente, en la juventud se cometen errores ¡Menos
mal! que siempre está la mano del Señor para salvar a un alma buena –la suya-
del camino del mal.
Los errores a los que se refiere
Paquitin, se corresponden a que durante su bachillerato mantuvo un noviazgo con
un chico de la sierra, que estudiaba magisterio, en aquella época los maestros
estaban mal vistos –poco sueldo- este tenía porte era guapo, instruido eso le
llamaba la atención a Paquitín, por cierto de nombre María Francisca Ramo Maícas,
pero desde pequeña le llamaban Paqutín,
quizás eso es lo que le tuvo que explicar a Ramiro su novio serrano
cuando lo conoció estudiando segundo de bachiller en las admiradas monjas
terciarias.
La familia de Paquitín no es que
perteneciera al perfil más pudiente de la vetusta ciudad de provincias, de
hecho su padre era ferroviario y su madre, dedicada a sus labores, había
trabajado en la fonda de la estación sirviendo comidas. En la actualidad,
Paquitin nunca menciona el pasado laboral de su padre, al que en algunos
círculos de damas católicas había presentado de palabra como gerente de la
Renfe y administrador de las estaciones de la línea de la Puebla de Hijar a
Tortosa, cerrada en los años setenta. En fin, que el señor padre de Paquitin,
en realidad se jubiló cambiando agujas en la estación de Caparrates y con gran
contento, porque según se ha sabido, adoraba la naturaleza y sobre todo tenía
afición a su huerto, que estaba justo detrás de la ínfima estación y eran
incluso muy afamados en la vetusta ciudad de provincias sus cardos de nochebuena,
que enterraba con oficio, para que las primeras heladas del invierno no los
perdiera.
Así fueron pasando los años, y un
buen día Paquitín conoció en una fiesta popular a Bernardo, dos años mayor que
ella y estudiante de farmacia en Valencia, se daba la circunstancia de que el
padre de Bernardo era el boticario de la calle Juan Bautista, por tanto cuando
el chico acabara sus estudios se incorporaría a la Farmacia paterna, que a su
vez ya poseía su abuelo también como él y su padre al igual Bernardo de nombre.
Fue conocer al boticario y Paquitin, plantó a Ramiro y eso que de percha este
era más buen mozo, ya que Bernardo era bajito y grueso y con unas gafas de
graduación impresionante.
Y años más tarde Paquitín se
convirtió en la boticaria y madre de un único vástago, de nuevo un Bernardo
también boticario como su padre, abuelo y bisabuelo. Es por eso que ese lunes para Paquitín era
especial, todo volvía a la rectitud deseada, comentó con varias amigas de café
con leche lo bueno que iba a ser todo a partir de ahora, lo primero que dijo es
que era partidaria de que esos melenudos de la plaza fueran desalojados, que
era una vergüenza para la ciudad, así como esa cantidad de mendigos que están
en la calle Juan Bautista delante de su farmacia -que los detengan- afirmaba
sin titubeos. La boticaria no entendía de mercados ni de agencias de
calificación pero para ella, lo que había que hacer es echar a todos los
inmigrantes y las mujeres a casa a sus labores, le insistía a su amiga Cuca
soltera y digna, aunque las malas lenguas decían que estaba soltera porque para
ella conde o nada y claro “condenada”.
Era el comienzo de una etapa
gloriosa, de buenas costumbres, de respeto y calles limpias de muchachos y muchachas
con decoro, como su Bernardo, ejemplo para la sociedad de buen chico y rectitud,
y aunque a sus 30 años permanece sin novia, Paqutín no se preocupa, porque
ahora se va todos los fines de semana a practicar deporte, así se lo cuenta a
sus amigas sonriente; como no hay instalaciones en la vetusta ciudad de
provincias, acordes con lo que Bernardo hace por culpa de los rojos, pues se va
con unos amigos muy finos y educados de Valencia y hacen deporte en lo que
ellos llaman la Sauna y es normal que
se distraiga ha estado muy vinculado a la campaña y ahora toca relajarse. Y Paqutín
dice que como madre solo desea la felicidad de su hijo, ya llegará esa chica
buena educada y señora de su casa, sus amigas la miran con mueca y ella la comparte
porque piensa que todas se alegran que la sociedad se ha alejado del camino
torcido y viene una etapa de misa, procesiones y mano dura con los melenudos,
los rojos y los inmigrantes. Termina el café con leche, vuelve a casa y como cada
día mira en silencio unos minutos la verja del colegio Pierres Vedel.
De la inserció d'aquest vídeo tot el merito li correspon a mi millor amic Àngel, ¡Gracies!
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