Una vez pensé que eras parte de La Boheme, me gustaba esa
forma tan desastrada de recorrer las calles, ese culto disimulado al aspecto,
ese secreto al escribir sobre lo bello y la entraña. Eras un personaje más de
esa bohemia que deambulaba por las calles sin un norte que por indolente te era
innecesario, eras de otra orilla y eso me gustaba, como también me gustaba
compartir tu secreto con el DO de pecho de aquel tenor que se esforzaba en
pasar de los coros del Barberillo de Lavapiés a una oportunidad en Andrea Chénier.
En el fondo ambos sabíamos que el foso era un rio que
separaba la orilla del público de la del escenario, la orilla plena de miradas
y emociones, de la orilla plena de gestos y sueños imposibles, hubo noches que
compartimos el más puro verismo alternando a Camarón o a Zenet a Lorca con
Vivaldi, noches de secretos y suplicas, de miradas y caricias de penas y
glorias.
Momentos sumergidos en claroscuros donde Pilar Lorengar
cantaba Quando me'n vo y una niebla
de colores recorría la habitación, mirando una luna blanca que se reflejaba en
las cristalinas aguas de esa gran vena que nos unía. Siempre pensé que formabas
parte del reparto de La Boheme, más si cabe aquellas noches de saladas donde te
sentías un saco de boxeo, donde preveías un final a una historia que quisiste
que fuera de menta y rosa y que acababa por golpearte una y otra vez. Yo te
veía con claridad caminar por las calles de La Boheme, mirando tus folios mal
ordenados, tus caricias escritas con tinta sepia de ordenador tú súplica a las
estrellas.
Incluso con aquellas llamadas de socorro donde los primeros
acordes de una furtiva lágrima me
enseñaban que volvíamos a principios donde el dolor y la pena nos llenaban,
donde la distancia hacía imposible tenderte esa mano que suplicante pedía salir
de la escena equivocada.
Y una noche de primavera traicionera rompiste el libreto de La
Boheme y elegiste el camino de la tortura, elegiste el sin-retorno como quien
se juramenta ante el mismo príncipe de las tinieblas para servirle por toda la
eternidad, pero este no era príncipe, ni siquiera sus tinieblas gozaban de
calidad alguna, era el mal por el mal, el mal sin inteligencia era el
descredito del mal por ausencia total de neuronas; gritabas, te retorcías pero
era la prisión en la que habías caído buscando el auténtico infierno,
indudablemente un sitio con más caché que donde tú te encontrabas.
Quisiste alternar La Boheme con la más burda de las verbenas
de barrio y perdiste, como el que pierde un norte que solo se conquista a base
de sinceridad, tú que tanto sabes de opciones elegiste la imposible, todo eso después
de meses de martillearme con la conveniencia de adoptar una parte de tú sufrimiento
para darle calor en esta ciudad llena de amor de cartón y champagne. De todas
las posibilidades sin duda esta era la menos mala comparada con la negación y
sufrimiento de la brutalidad que te
infringía quien no sabe que Ópera es mucho más que una estación de metro.
Creo que hubiera firmado donde hubiera sido necesario para
consagrarte como el Rodolfo de La Boheme, curiosamente yo que tanto discuto a
Puccini, pero es difícil ser poeta si se busca y no se encuentra si hasta los
besos de cierzo se abandonan en un cálido verano, antes fueron abandonados
otros besos de mesetas y barrancos de carbón lejanos, quizás porque Rodolfo
confundía la buena voluntad con lo voluntarioso, es posible que estemos en ese
mismo dilema.
Al final, como en tantas Óperas el telón pone punto y final a
las trayectorias, me queda la duda de cuantos aplausos, me queda la duda de si
al final fue Pilar Lorengar quien interpretaba Quando me'n vo o era Angela Gheorghiu. Una vez pensé que eras parte
de La Boheme y hasta hace muy poco apostaba por Rodolfo, pero ya no. Me han
convencido las verbenas populares tu adicción a la R de rudimentario y los cubatas de garrafa, también
los whatsApp ajenos que no los propios.
Como era de esperar cayó el telón una tarde de verano, preguntando por
Rodolfo y una plaza llena colchonetas con insoportables niños saltando, tu cara
deformada -y mira que te dije que le hicieras ver que Ópera era mucho más que
una estación de Metro- tu mirada
perdida, una música de feria y tu tatuaje asomando por el cuello de tu camiseta
de rayas horizontales, diré que tampoco me entusiasmaron tus zapatillas rojas.
Leyéndote, por momentos he pensado que estabas escribiendo por mí, un momento muy similar a mi realidad, me asustaste. Pero me tranquilicé al mirar por la ventana y ver que en mi parquecito no hay colchonetas, sólo un par de columpios.
ResponderEliminar¡Un fortísimo abrazo!
Aunqeu encajas con perfección en el Verismo, no sabría si La Boheme es tú Ópera, quizás apostaría más por la épica de Glinka y un café frente a las cigarreras de Carmén, aunque me veo sentado contigo quizás más en el "O Fortuna" de Carmina Burana, más ligado al poeta y al músico.
ResponderEliminarTranquilo, esa realidad fue otra sonata por componer, la tuya seguro que son letras intensas.
¡Un gran abrazo!