jueves, 6 de octubre de 2011

FLOTANTE EN AMIENS

 
Ilustración de Javier Gay Lorente



 ¡Ya queda menos!, es lo primero que me vino a la mente cuando asomó el cartel de Amiens 5 kilómetros, en realidad no era la distancia a Amiens lo que aliviaba los vapores de mi mente, lo realmente plausible es, que una vez conociera la Catedral de Amiens, teniendo en cuenta que ya conocía Notre Dame de París, tan solo me faltaría la Catedral de Reims, y así cumplir mi pequeño sueño de ver con mis propios ojos, tres fantásticas obras del gótico y aspirar, embriagarme de quietud, suspiro y piedra.

Era consciente de que dotaba de cierto aire competitivo e incluso de parvo coleccionismo, mis ansias por declararme cumplidor de mi sueño. Definitivamente me podía la ansiedad, cuando soy consciente de ello pienso en Paganini, siempre me da resultado, el capricho número 24 comienza a desgranar trémolos en mi cabeza y se acaba la ansiedad –ahora si- Amiens capital de la Picardía francesa empezaba a mecer sus vientos de leve intensidad como un andante de suavidad extrema, acariciando, envolviendo y haciéndome participe de otras diferencias, que impactaban en mis retinas como una tempestad de colores que se iban ordenando en cuanto llegaban.

Y sobre todo Amiens destilaba aromas,  una de las cunas del Champagne de una variedad de quesos de la que sus ciudadanos hacían gala, en comercios y mercadillos. Estos con ese sabor centroeuropeo, de lonas ocres, ajustadas en continuados bastidores de madera, y que a modo de porche protegen al mercader y al curioso, que en mi caso queda fascinado por formas y variedades. Y esos olores no eran solo un tono gastronómico, rezumaban hierba y río también flores y ese aglutinante que es la madera, que con los años y las lluvias alcanza un macerado que diferencia lo antiguo de lo viejo como la piel rugosa y dura de unas viejas manos, que tienen párrafos enteros de vivencias.

Hace sol, los rayos impactan el los erosionados adoquines de las calles, redondeados por las estaciones, en un proceso místico casi de una gran fundición, donde Hefesto, devasta, funde, moldea y pule, para que el caminar sea con paso firme de fragancias, percepciones e historias en mundos de fantasías. Era la gran sorpresa de esta visita, Amiens, donde Julio Verne, residió y murió donde sus restos se funden con la tierra que nos atrapa en su gravedad y que con generosidad casi lastimosa nos permite levantar la mirada y añorar la luna. Mi mente transmuta, se libera incluso toma impulso, adquiere ese empuje que los aragoneses llamamos rasmia; con Julio Verne viajé de esta tierra que compartimos a la luna, y conseguí que las veinte mil leguas de viaje submarino fueran el salvoconducto para tocar de cerca corales, montar en un caballito de mar y hablar con los delfines de lo poco que cuidamos ese hábitat. Ya sé, suena a un “más de lo mismo”, quizás debamos preocuparnos cuando solo suene “lo mismo”. Inolvidables cinco semanas en globo, y como no podía ser de otra manera, aquellas manos de mi padre sujetando el libro de la colección Barco de Vapor, al que veía en ese momento como el autentico Strogoff correo del Zar.

El río Somme, arrullaba sus aguas en una corriente sin estridencias, era un compás de ritornelo en melodía continua, a media distancia la catedral objeto primario de mi visita, pero los pensamientos me aturdían, como en líneas de recuerdos, mi mirada se perdía en estampas clásicas de aventuras, esas que hoy pasan desapercibidas pero que a mi me parecen pequeños cristales que asoman al mundo desde el gabinete de la introspección. Mi mente recordaba el viaje al centro de la tierra, la aventura y la necesidad de conocernos. La realidad que en ocasiones constata que la mayor de las proezas está en nuestro interior. Junto a las riberas del Somme cuando el sol entrega a la tierra una suave veladura, como la sensación que produce un amarillo de Nápoles sobre un gris de negro humo y blanco de zinc; toqué la tierra con mis palmas extendidas para lanzar un susurro de gratitud ¡Gracias Julio Verne! Por contarnos aquel secreto por el cual se daba la vuelta al mundo en ochenta días.

Todo tiene ya un ritmo en este volar de la imaginación, cruzo el río Somme, y enfrento el mercado de Saint-Leu, distinto al primero en la parte más central de la ciudad, me llama la atención que es flotante, los distintos puestos como una sucesión de grandes balsas, se distribuyen sobre el agua de una canal derivado del río, maravillosa sensación, un leve ritmo, mientras los sonidos que emiten visitantes, mercaderes y el tenue discurrir de las aguas, lo convierten en un contrapunto donde las voces se contestan con independencia armónica. Mi atención se detiene en un puesto de discos antiguos, singles de época pretérita, cantantes franceses que jamás había oído, de pronto una caja de cartón en cuña con música clásica, Strauss, Berlioz, Offenbach, Karajan, en suma grandes clásicos, aunque no todo, algo de folclore de la Picardía francesa y un disco de Pavarotti, al menos lo he intentado.

Flotar entre las balsas es un estimulo, el sol está en lo alto, es midi, entorno la mirada hacia la  Catedral, su aguja central, esbelta desafiante, como ese Faro del fin del Mundo descrito por Verne ¿Se inspiraría en ella?, carece de importancia, son enigmas, y por tanto son belleza y puerta al bosque de los sueños. Queda por callejear Amiens,  hago un ruego a vuestra paciencia, tengo que contaros otro día la visita a la Catedral, mientras tanto podemos leer sobre nosotros mismos, porque cada  rincón de nuestra mente, cada neurona conforman una Isla Misteriosa, aventuras y desventuras, desafíos y ojos vidriosos ante emociones futuras. Pensando en Julio Verne en como acercó la lejanía, miró al sur para decirte  en un viento de retorno que,  París no es inalcanzable.  

7 comentarios:

  1. Claro que no, cuando escribís parece que nada es inalcanzable, gracias por el viaje,

    y debo confesar, perdón la sinceridad, que nunca fui muy amigo de Julio Verne; pero vos, como si la belleza fuese un vehículo altamente transportable (cual violín en manos de Paganini) me lo has puesto al genial escritor de paseo en Amiens, por sus más de 80 fragancias, hilvanando los 80 días de su viaje, sublime,

    quizás debamos preocuparnos cuando solo suene “lo mismo”, si, eso haremos. Porque siempre es más de lo mismo (pero distinto, alquimia),

    Gracias por el viaje Didac, ¿tocás el violín? si es así ¿puedo oirte de alguna forma?

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  2. Es una suerte viajar contigo, tus palabras invitan a ver y sentir todo lo que el paisaje ofrece, todo es posible de alcanzar Capitán Nemo, y cuanto se te hecha de menos, en esta "península" de arroz y tartana que desde que te has ido parece más misteriosa de lo que ya era.
    Un beso muy grande Didac

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  3. Juan Ojeda

    Por la sinceridad, nunca un perdón, por la falta de ella quizás, en tu caso tu sinceridad te ennoblece. Desde los 7, a los 11 años, leí los libros de Julio Verne y despertaron en mi ansía de aventura, el Nautilus me apasionaba, también he de decir que las naves de Star Trek, lo hacían por igual entonces.
    ¡Gracias! una vez más por tu visita, por tus palabras.
    Sí, toco el violín y el piano, de hecho en París compagino mis estudios en la Universidad con la música. Me encantaría que me escucharas, podemos intentarlo por medio del correo electrónico, si la dirección que aparece en tu blog es la correcta, por ese medio podemos explorar la manera de que recibas mi música, te escribiré en breve una carta.
    Un gran abrazo Juan desde este París que las letras acercan cada vez más a tu sur.

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  4. Marcos

    En realidad la suerte siempre será mía, por tenerte tan cerca, por compartir contigo una familia maravillosa, de la que tu eres nuestro héroe.
    ¡Gracias! por tu apoyo, y por este detalle, uno más de tu fraternal e inmenso cofre de los apoyos a los tuyos.
    Un beso Tete. Echarte de menos ya sabes que es un activo permanente en mi codigo genético.

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  5. Gracias Didac, claro que las letras nos acercan, espero tu carta,

    Un fuerte abrazo.

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  6. Precioso viaje, un fluir de sensaciones y anécdotas que acercan la ciudad mejor que un video. Es una postal poética y me he quedado con ganas de leer más. Así que estaré atento al blog.

    Un abrazo

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  7. Aníbal

    ¡Muchas gracias como siempre Aníbal!, las pequeñas cosas, son un sentimiento que rápidamente nos inunda, voces, aromas, y recuerdos de otras fantasías experimentadas.
    Un fortisimo abrazo desde estos acordes ojivales, hasta esas tierras rojas que curten tu poesía.

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