Siempre tuve la certeza de que lo
ocurrido anoche estaba escrito en la bitácora desde nuestro minuto 10. Pasadas
las cortesías los mutuos momentos de exploración y sobre todo la gravitación de
dos asteroides sobre nuestra corteza emocional, que aunque de diferentes
características un día fueron media hora de planeta y ahora eran cuerpos
astrales fuera de rumbo.
Uno porque gravitaba sin rumbo
entre los sonetos del Universo y el otro porque a fuerza de enviciar su órbita
ya no se sabía si era un asteroide o un compendio de polvo cósmico – más polvo
que cósmico- y nosotros aquellos que pueden arder en fuegos impensables.
La piel y el deseo juntos en un
suelo de magia donde cada beso y cada susurro son un color diferente del que se
sabe su llegada pero cuando está delante es totalmente distinto a como se
imaginaba, distinto y más bello. Las palabras son caricias, las caricias son
música y Beethoven es un maestro de ceremonias exquisito para algo tan sencillo
como es amarse, amarse desde el minuto diez, desde un leve viento de frío
mesetario que entra por mi espalda y me hace levitar en los deseos en las
magias y en los paisajes imposibles. Es una copa cálida como de cristal sonoro cuyos
sorbos son simplemente armonía, entrelazando notas y acordes que hacen que los
golpes de percusión exciten más el momento.
Todo ese recorrido no por sabido
no deja de excitar más el ambiente, yo que como el Tenorio a los claustros subí
y a los infiernos bajé, no quise dejar anoche más impronta que la de un beso,
la de un suspiro y la de poner mis oídos a tus gemidos y respiraciones, a tu
despertar, a tu triunfo en ese cuerpo deseado, mi piel brillando para tu
triunfo para tu torrente de amor para tu mirada de deseo, encendida porque
cuando el alma dicta los pasajes del amor estos activan el tañer de los deseos
como campanadas de libertad y compás.
Ese compás con el que el placer máximo
llego como una manada de desbocados momentos y recuerdos, de placeres
contenidos que comenzaron a fluir y lo hicieron con gritos y alegrías, con los
ojos en blanco y la iluminación adecuada, la ciudad de la luz anoche tenía una
luz oportuna para un momento deseado.
El deseo es una montaña que pese
a su riesgo escalamos una y otra vez, el deseo son flores de pétalos rojos en
octubre y hielo añil en primavera, nada hay imposible, ya lo dijo ese sabio
adolescente tildado de escritor fetiche y consagrado campeón en las canastas urbanaas,
hay un camino a París pero tu pensamiento está en otro lado donde los vientos
son fríos pero te son conocidos y donde el calor es aquello que puede acomodar tú corazón.
Anoche conocí las fronteras de la
magia, y el paraíso terrenal ese del que no puedo salir, soy feliz porque aquí
no hay árbol de la ciencia, ni serpiente, estoy yo desnudo, mi piel brilla, mis
ojos se calman, sigo desnudo, siempre desnudo, porque mi desnudez es el regalo,
es el momento y sobre todo es la palabra. Estoy desnudo fruto de una hipnosis,
pero bendita a la que yo desde el minuto 10 decidí entregarme, ahora la
gravitación es otra, no hay nubarrones, hay fronteras, espacios que nunca
traspasaremos, pero en las futuras historias yo seré y tú serás y entre nubes
de algodón seremos los dos, sin asteroides de la sapiencia ni el polvo endémico.
Solo un deseo, seguir en ese paraíso, tumbado desnudo, con mi piel brillando y
una dulce torrija que une nuestras bocas.
Cuantas cosa Didac, si hago un recorrido por mi vida, algunas secuencias me gustaría que se hubieran quedado en esas fronteras y conservarlas hoy.
ResponderEliminarEsto que cuentas es tan reflexivo y tan maravillosos que emociona. Un abrazo