Alguna vez he pensado que cuando
dejas una ciudad, todo lo que son recuerdos se almacenan en ese sitio en el que
de vez en cuando se abre una caja y tu sonrisa es sinónimo de placer, al
recordar ese momento concreto y esa sensación ya antes vivida. También soy de
los que piensa que muchas veces es como un libro bonito y bello cuajado de imágenes
tiernas y perfectas que forman parte la mejor de tus colecciones no solo las
fotografías también lo escrito en ese imaginario libro.
La realidad es bien distinta,
quizás debiera decir –mi realidad- es bien distinta, regresar a Zaragoza es
como volver a un sitio que no por conocido no deja de ser algo que se torna
extraño en alguna esquina, en algún jardín, en muchas calles y casi siempre y
esto es lo verdaderamente sorprendente en la mirada de algunas personas.
Piensas que estás en tu
territorio y te das cuenta que tú territorio cambia, lo cambia la luz que traes
incorporada, la forma de mirar las cosas, las calles, las tiendas, que tus
amigos no tienen el aspecto del día a día que tú conociste, que aunque la gente
sigue quedando en la puerta de El Corte Inglés, esa gente no tiene mucho que
ver con lo que t fuiste cuando tú fuiste ciudad o parte de esa ciudad en el día
a día.
Incluso ese acento característico
y sonoro, te parece diferente ahora, y eso es una señal fuerte de alarma. Sería
cuestión de pensar y sacar alguna conclusión aunque muy probablemente todas
serán ligeras y carentes de contenido. La primera es que yo ya no soy yo aunque
mi casa siga siendo mi casa, con esto no contradigo a Lorca, lo admiro cada día
más, otra posibilidad es que yo no sea yo porque han pasado 6 años desde que yo
y el gran río formábamos inspiración imprescindible, ahora el gran río es un
sueño que uno necesita casi contemplar todos los días pero ya no hay preguntas
solo la dulzura del discurrir del agua.
Por otro lado, las
circunstancias, que son como una casa de putas donde te despiertas siendo
cliente, almuerzas siendo madame y terminas la jornada de chica de compañía,
las circunstancias son una puñalada trapera que nunca te esperas y que llega
por sorpresa para sacar ese estado de Catarsis don de hombre y precipicio
tienen escasos momentos para dialogar y alcanzar soluciones.
Llega El Otoño al Paseo Sagasta,
todavía todo parece en orden, todo parece encajado en ese decorado que ya era
hace seis años y que sigue siendo, pero solo yo y el gran río sabemos que algo
ha cambiado, que las cosas parecen pero no lo son o son y no lo parecen. El
Otoño vendrá y yo entonces mi iré pero volver a estar en esta orilla ha sido
como desempolvar esa misa barroca que un día emociono y dio grandeza y que poco
a poco con el polvo de los años se ha convertido en concierto, porque aunque el
templo sigue la escenografía es totalmente distintas.
Soy consciente de que muchos
estarán rayados con mis silencios, con mi estar pero no estar, pido sinceras
disculpas, sigo queriendo como quería, solo que sigo estando aquí porque más
que pensar que me necesitan necesito yo estar aquí.