Cuando Istán de Terriente llegó a su taller, comenzó presto la fundición del oro, el crisol al contacto con la seca leña de carrasca, comenzó lentamente a fundir el oro, ayudado por una larga tenaza fue depositando el ardiente oro liquido en las cejas de tierra que había construido para laminar. Primero la delicada caja de resonancia, con el grosor calculado con minuciosidad para envolver macerar y expandir las notas. De inmediato Instan volvió a verter oro fundido en esta ocasión en el negativo dedicado a la voluta y el mástil del violín, el peso justo para que armonía y orden sean equilibrados. Rompía el amanecer e Istán de Terriente tenía ya confeccionadas las clavijas y el diapasón.
Al caer esa misma tarde, la trasera y la tapa armónica estaban listas para su ensamblaje, al igual que la graciosa ceja superior, con entusiasmo pulió las escotaduras y cinceló con esmero el filete perimetral. Las estrellas lucían en lo más alto cuando el hacedor de música ensamblo las piezas, ajusto las escotaduras del violín con destreza había cincelado una fina “alma de plata” en el interior para ajustar la tapa superior, pulió los oídos, esos graciosos agujeros en forma de f, a los que biseló con especial maestría.
La última mañana, antes de su macabra cita, subió a ver a su amada hija, que no avanzaba en esa lastimosa enfermedad, durante algunos instantes la contemplo con la serenidad de quien se sabe ante el sacrificio máximo, dos saladas recorrieron sus mejillas fruto de la melancolía, pero era tanto el amor que Istán de Terriente tenía por su hija, que cualquier sacrificio merecía la pena, incluso la condenación eterna en los infiernos del Demonio. Después bajó a su taller y ensamblo las últimas piezas, la tastiera o diapasón, el cordal y la mentonera, donde el príncipe de las tinieblas debía apoyar su terrible rostro para tocar el violín de oro.
Una vez tuvo todos los elementos colocados solo restaba insertar las cuerdas bien cogidas en el cordal y reguladas por el microafinador. Del zurrón con sumo cuidado sacó las cuerdas de rayo de luna, y la anudo a las clavijas y al cordal, con sumo cuidado, colocó el puente, que había elaborado en aromática madera de sabina, de una fineza y exquisitez impresionante.
El hacedor de Música cerró por unos instantes los ojos, recordó al joven de rubios cabellos de su ensoñación en el manantial, calculó que tendría no más de 16 años y llegó a la conclusión de que se trataba de un Ángel.
Rompía el Alba la mañana del diez de agosto, día de San Lorién, el violín estaba terminado esa misma noche a las doce, cuando el undécimo día de agosto fuera real, sería la cita entre Istán de Terriente y el príncipe de las tinieblas. El hacedor de instrumentos de música volvió a la habitación de su hija, estaba tumbada mientras un tibio aire de pino y enebro, penetraba por la entreabierta ventana, de las sábanas se desprendía una fragancia intensa a tomillo y agua clara, acarició el rostro de la muchacha está abrió los ojos y con dulzura agradeció las atenciones de su padre.
-Tengo que irme mi dulce niña
Cuando el sol comenzaba su descenso entro los pinares del norte, Istán de Terriente, comenzó el recorrido que le llevaría a su macabra cita, bordeo la senda del Molino de las Pisadas en dirección a Frías y de allí bordeando el Arroyo de Calomarde, desembocó en la plana del Villar, en cuyo centro se encontraba el inmenso talón de la roca de Menzio. Esta era una gran mole de piedra blanca y gris cincelada por siglos de cierzo y nieve, algunos pastores trashumantes encontraban allí refugio para su ganado cuando comenzaban el viaje hacía las zonas de fresco pasto. El hacedor de instrumentos de música miró con asombro la mole, cuando la noche anunciaba por el este su llegada aún tímida.
Las dudas asaltaron a Istán de Terriente ¿Y si la ensoñación era una tetra del Diablo? Le angustiaba la idea, por otro parte, otro pensamiento le aterraba, la posibilidad de que Satán se diera cuenta del engaño antes de tener en sus manos el instrumento, entonces no solo él se condenaría, también su amada hija cuya enfermedad permanecería consumiéndola.
Entendió que una vez colocadas las cuerdas de rayo de luna no había vuelta atrás, reflexionó sobre cómo debía colocarse para darle a Satán el violín y pensó que lo mejor era de espaldas a la roca puesto que allí la oscuridad era más intensa, a pesar de que al maligno le acompañaba una luz grisácea en todas sus salidas.
Por la cabeza de Istán de Terriente volvió a pasar nítida la imagen de su hija, entre las sábanas de algodón almidonadas, recordó por unos instantes porqué había pedido la intercesión del príncipe de las tinieblas para curar a su hija, toda una vida haciendo instrumentos para glorificar al Señor sin que los cielos intercedieran cuando su hija cayó enferma de tanta gravedad, incluso había sido recriminado severamente por el Obispo de Albarracín por lo que la curia consideraba excesivo precio en la reparación del órgano de la Catedral, también recordó como los curas de su pueblo murmuraban por permanecer viudo desde el nacimiento de su hija.
Pensamientos mientras la noche caía en la plana del Villar, con Istán de Terriente situado frente al gran talón de piedra. Y de repente Istántranquilidad.
Cuando la tenue luz de la estrella polar acariciaba la noche, apareció Satanás, su áurea grisácea le acompañaba, venía solo, en su mano derecha un arco, de bruñido oro, pero lejos de un aspecto monstruoso, el diablo se había presentado con patillas largas y pelo cetrino peinado hacia atrás, se detuvo con autoridad ante un Istán que permanecía sentado, le miró y le hablo con una voz atenorada.
-Hacedor de instrumentos de música ¿Has cumplido el trato?
-He cumplido el trato
-Entrega pues el violín de oro a su legítimo dueño.
El hacedor de instrumentos de música se incorporó, contempló al Maligno, la luz grisácea que irradiaba era más intensa, por un instante Istán de Terriente miró al Diablo como si de un instrumento de música se tratara, intentó descifrar su apariencia como si de sus piezas se compusiera, como si el rostro las manos el pelo y la cara fueran un perfecto ensamblaje que diera como resultado la pieza acabada. Miró esas manos que percibía vistas no ha mucho tiempo, el pelo casi lacio y las patillas largas y en ese instante, en ese momento de una noche de pactos del mal Istán de Terriente ensamblo el instrumento que percibía en Satanás. Con desafío miró al príncipe tenebroso y le hablo con rotundidad
-Hacer con vos un pacto es condenarse por el resultado y por el camino que dicho pacto obliga a recorrer. Pues vos obtendréis mi alma, y el violín que yo he construido, por salvar la vida de mi amada hija, sin que yo pueda comprobar si esa parte del trato que corresponde a vos, se ha cumplido.
El Diablo se vio sorprendido por la aseveración y rotundidad del hacedor de instrumentos de música intentaba articular palabra pero de nuevo el serrano se adelantó acercándose al él.
-Curiosamente, hoy aparecéis con muda de caballero, lo mismo que en el pasado os vestisteis de Obispo para negarme lo que me correspondía por mi quehacer, lo mismo que cuando me llegan vuestros murmullos con sotana y lo mismo que sois capaz de suplantara mi maestro y conducirme al manantial que hará dúctil el oro, y en ensoñación hacerme ver que todavía estoy ha tiempo, de cumplir con mi parte del trato.
-¡Dame el violín hacedor o te conduciré al infierno conmigo en este instante!
-Si hoy no hay luna llena tampoco la pudo haber en el manantial, he cortado mucha madera en esta sierra como para no saber que luna reina en cada cielo de mi tierra.
El diablo se impacientaba, miraba fijamente al hacedor de instrumentos de música, como este henchido de orgullo, le desafiaba.
-Demasiado tarde Istán de Terriente, el violín ya está hecho, y yo batiré sus cuerdas para que el mal gobierne con “mayoría absoluta” la tierra. El violín ha sido concebido para hacer mal y no podrás evitarlo.
-¿Quien dice que quiera evitarlo? Como vos decís haré que el violín haga mal.
En ese instante, Istán de Terriente se quedó a un escaso metro del Diablo, con su mano derecha sujetaba el violín por el mástil oculto en su espalda, dobló el brazo de repente la luz grisácea que irradiaba el Demonio reflejaba en el maravilloso violín de oro, el príncipe de las tinieblas lo contempló con codicia……. En ese instante con una fuerza ahorrada en jornadas de fatiga, Istán de Teriente ¡Impactó! entre carcajadas el violín en la cabeza del diablo, el estruendo se escuchó con amplitud en toda la sierra, los gritos del diablo sembraron el terror entre los pastores que a varias leguas custodiaban sus rebaños. Satanás hincó las dos rodillas en tierra mientras Istar de Terriente concluía.
-Recordad que si voy al infierno, me llevaré el violín para volver a abriros la cabeza.
Satanás huyó dolorido perdiéndose en la noche, el violín de oro había tocado al Demonio, por tanto la hija del hacedor de instrumentos de música sanó esa misma noche, Istán nada más llegar al pueblo con el violín de oro, se fue a la casa de los curas murmuradores a los que insertó sendos golpes con el instrumento en sus cabezas y luego le prendió fuego a la casa.
Al día siguiente con su hija y todas sus pertenencias, abandonó el pueblo rumbo al norte de la sierra, donde nace el río largo, sin que nada más se supiera le hacedor de instrumentos de música.”
Y de todos estos hechos doy relato yo Guillén de Griegos, quien pastoreaba la plana del Villar a la edad de diecinueve años y desde hace cuarenta soy monje en este monasterio al oeste del Vallecillo”.
El caminante en ese momento comprendió que nunca encontraría el violín de oro, probablemente Istán de Terriente lo fundiera para sufragar su nueva vida, o tal vez se lo llevó a infierno para darle con él en la cabeza de nuevo a Satanás, la gente de esta sierra es así de tenaz.